“Ya no era una niña más con un libro: era una mujer
con su amante”, así termina un hermoso cuento de Clarice Lispector.
El cuento trata de dos niñas: una, gorda, baja pecosa, pelirroja, de
voluminosos pechos... y cruel, además hija del dueño de una librería; la
otra, muy amiga de los libros, delgada, alta, de cabello libre, muy
mona y plana de pechos, deseosa de leer un libro
voluminoso, como “para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir
con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades”. Así que se lo
pidió prestado.
Sin problemas, le dijo, y le sugirió que se pasara al día siguiente por él.
Y comenzó a enamorarse, tanto era el deseo de leerlo. “Hasta el día
siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza:
no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban
de un lado a otro”.
Y allí se presentó muy de mañana, pero ya lo
había prestado, y cabeza baja, muy despacio, se marchó a su casa, pero
enseguida le volvió la esperanza, y ya caminaba por la calle a saltos
que era mi manera extraña de caminar por las calles.
Volvió al día
siguiente, porque le prometió que se lo dejaría y allí se presentó... al
día siguiente... y al día siguiente... y al día siguiente... y así día
tras día, muchos días y muchas noches, pero siempre llegaba tarde, ya lo
había prestado.
“Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino
a veces, que me había elegido para que sufriera... A veces ella decía:
Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has
venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”.
Hasta que un
buen día apareció la madre extrañada de que, día tras día, y así muchos
días y muchas noches, pasara por su casa y se detuviera en la puerta
para hablar con su hija, averiguó que su hija le estaba mintiendo día
tras día y noche tras noche, porque el libro en cuestión estaba en casa,
no había salido jamás y la hija no había querido leerlo nunca.
Así
que le ordenó con firmeza que me prestara en aquel mismo instante el
libro y a mí me dijo que me quedara con él todo el tiempo que quisiera.
Y se marchó rumiando lo que más deseaba: todo el tiempo que quieras, todo el tiempo que quieras, todo el tiempo que quieras...
Con el libro entre las manos, apretándolo contra el pecho, se fue
alejando despacio, muy despacio, el pecho caliente y el corazón
pensativo.
Tardó unas horas, tras llegar a casa, en abrirlo para
detener el deleite y gozar del sobresalto ante el convencimiento de que
podía estar en sus manos todo el tiempo que quisiera. Al fin leyó unas
líneas maravillosas y quedó prendida para siempre. Y se fue a merendar
pan con mantequilla fingiendo que lo había perdido para gozar de la
dicha del encuentro.
“Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa
clandestina que era la felicidad... a veces me sentaba en la hamaca
para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un
éxtasis purísimo”.
Y termina con ese final maravilloso con el que comencé:
“Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante”.
El título del relato se llama Felicidad clandestina, pero cuánta
diferencia con los libros de autoayuda del mismo tema. Es otro mundo, es
otro cantar, es otra magia literaria de altura.
... Y me obliga a
seguir pensando dando alguna vuelta más de tuerca que me lleve a mi
terreno: no sólo el libro es un fiel amigo como los animales de
compañía, en especial el perro, sino que es un amante, o puede llegar a
serlo. ¿Quién que se precie de buen lector no ficharía como buenos y
grandes amigos a algunos de los libros leídos? ¿Quién de los muchos que
ha releído y subrayado no los elegiría como un buen amante? Podría
personalmente dar algunos nombres, pero dejémoslo en el anonimato, sí
decir que algunos libros de poesía sobre los que vuelvo y vuelvo,
podrían, sin lugar a duda, ser mis verdaderos y queridos amantes. No me
dejan, y yo, desde luego, no los abandono. Y al igual que la
protagonista del relato de Clarice Lispector soy un hombre con sus
amantes, amantes en plural, sí, que en la variedad está el gusto y la
riqueza mayor.
Grande esta escritora brasileña, que murió joven,
pero que ha pasado a la historia de la alta literatura con todos los
méritos y honores.
martes, 29 de julio de 2014
UNA NIÑA CON SU AMANTE
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 8:34
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