Hablaba anoche del tiempo, no precisamente meteorológico, que es el
tema más socorrido a la vuelta de todas las esquinas y rincones, con un
viejo amigo con el que no me relacionaba desde hace años por motivos que
no vienen a cuento, y parecía que había sido ayer el último día,
“parece que fue ayer”, me recordaba haciendo un guiño a escritos míos de
aquella época, y advertíamos con cierto
orgullo que nada había cambiado, pues eran las mismas carcajadas que
hacían eco en uno y en otro, los mismos tics, idéntico el placer de
volver a entendernos y estar siendo felices sintiéndonos así y
compartiendo al mismo tiempo amistades comunes.
Y me alegró el alma
de que sacara el tema del tiempo, reivindicando el pasado con
entusiasmo, sobre el que yo tantas veces he divagado, como un tiempo que
nunca se ha ido del todo, más aún, que gracias a él somos lo que somos,
y entre los dos, mano a mano, como si de una jugada de pimpón se
tratara, pasamos revista a espacios, tiempos, desde los años de infancia
y por encima de todo personajes que han pasado a nuestro lado
colaborando a hacer lo que realmente hemos llegado a ser, de modo que el
pasado sigue ahí en lo más profundo de nosotros mismos. Por no hablar
de mitos y leyendas, pueblos, cultura y civilizaciones que han ido
dejando su poso sobre nosotros... Y el presente, aunque, estuvimos de
acuerdo, se nos va de las manos, por lo que no tenemos más remedio que
tratar de apurarlo hasta el fondo, y es lo que hacíamos anoche en una
fiesta de la comunidad. Sólo no estábamos totalmente de acuerdo en el
futuro, que para el no existe sin dudar lo más mínimo, y yo, echando
mano, una vez más, del verso de Caballero Bonald, somos el tiempo que
nos queda, abundé en esta idea, porque estamos, hasta sin quererlo,
siendo futuro, y aun en el caso de que nos neguemos a diseñarlo y a
prepararlo, lo estamos haciendo en cuanto seguimos apostando por la
vida, nuestro vivir, que es tanto como apostar por ese futuro que vamos
haciendo ya en la medida en que pensamos en él y no en vano hacia él nos
vamos dirigiendo.
Y hete aquí, que a la mañana siguiente, en el
artículo del Semanal del El País de Javier Marías me encuentro con esta
perla que viene como anillo al dedo de lo que anoche hablábamos. Y lo
traigo aquí como tantas otras veces en las que cito a Marías, pero esta
vez con doble motivo, porque a este escritor considero como parte
importante de mi pasado hasta el día de hoy. La perla es el último
párrafo de su artículo, y de manera especial una frase del famoso
filósofo francés, Gabriel Marcel, que él cita:
“Eso me lleva a
recordar una frase de Gabriel Marcel que le oí o leí a mi padre: “Si no
hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”. No sé el
contexto, pero no me hace falta para entenderla. Y sin embargo es a eso a
lo que vamos y se procura ir: a que no quede rastro de lo que una vez
sucedió o se supo, ni de los muertos, del confortable pasado que nos
alivia a veces y nos ayuda a sostenernos, y nos enseña que hubo tiempos,
si no mejores por fuerza, sí distintos de los nuestros, y que podrían
volver por tanto. Acaso tiempos más inteligentes o más libres, más
cuerdos o menos mediocres. Hoy parece que la intención sea borrar cuanto
nos precede, a velocidad de vértigo. Que en la tierra no vivan más que
los vivos, y sólo si son muy recientes”.
Ya he dicho otras veces
que de tanto reivindicar el carpe diem, yo mismo, lo endiosamos tanto
que dejamos torpemente esfumar el pasado o intentamos bestialmente
aniquilarlo, como si sólo en el mundo fuéramos nosotros y éste comenzara
con nosotros esta misma mañana.
Te pasaré, amigo mío, estas notas, y
sobre todo este párrafo del Javier Marías que, como siempre, ha estado
sembrado criticando la ignorancia y el olvido actuales sobre el pasado.
“Si no hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”, porque
estaríamos más solos que la una y más fríos que los muertos.
domingo, 3 de agosto de 2014
SI NO HUBIERA MÁS QUE LOS VIVOS
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 8:23
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