domingo, 3 de agosto de 2014

SI NO HUBIERA MÁS QUE LOS VIVOS



Hablaba anoche del tiempo, no precisamente meteorológico, que es el tema más socorrido a la vuelta de todas las esquinas y rincones, con un viejo amigo con el que no me relacionaba desde hace años por motivos que no vienen a cuento, y parecía que había sido ayer el último día, “parece que fue ayer”, me recordaba haciendo un guiño a escritos míos de aquella época, y advertíamos con cierto orgullo que nada había cambiado, pues eran las mismas carcajadas que hacían eco en uno y en otro, los mismos tics, idéntico el placer de volver a entendernos y estar siendo felices sintiéndonos así y compartiendo al mismo tiempo amistades comunes.


Y me alegró el alma de que sacara el tema del tiempo, reivindicando el pasado con entusiasmo, sobre el que yo tantas veces he divagado, como un tiempo que nunca se ha ido del todo, más aún, que gracias a él somos lo que somos, y entre los dos, mano a mano, como si de una jugada de pimpón se tratara, pasamos revista a espacios, tiempos, desde los años de infancia y por encima de todo personajes que han pasado a nuestro lado colaborando a hacer lo que realmente hemos llegado a ser, de modo que el pasado sigue ahí en lo más profundo de nosotros mismos. Por no hablar de mitos y leyendas, pueblos, cultura y civilizaciones que han ido dejando su poso sobre nosotros... Y el presente, aunque, estuvimos de acuerdo, se nos va de las manos, por lo que no tenemos más remedio que tratar de apurarlo hasta el fondo, y es lo que hacíamos anoche en una fiesta de la comunidad. Sólo no estábamos totalmente de acuerdo en el futuro, que para el no existe sin dudar lo más mínimo, y yo, echando mano, una vez más, del verso de Caballero Bonald, somos el tiempo que nos queda, abundé en esta idea, porque estamos, hasta sin quererlo, siendo futuro, y aun en el caso de que nos neguemos a diseñarlo y a prepararlo, lo estamos haciendo en cuanto seguimos apostando por la vida, nuestro vivir, que es tanto como apostar por ese futuro que vamos haciendo ya en la medida en que pensamos en él y no en vano hacia él nos vamos dirigiendo.


Y hete aquí, que a la mañana siguiente, en el artículo del Semanal del El País de Javier Marías me encuentro con esta perla que viene como anillo al dedo de lo que anoche hablábamos. Y lo traigo aquí como tantas otras veces en las que cito a Marías, pero esta vez con doble motivo, porque a este escritor considero como parte importante de mi pasado hasta el día de hoy. La perla es el último párrafo de su artículo, y de manera especial una frase del famoso filósofo francés, Gabriel Marcel, que él cita: 


“Eso me lleva a recordar una frase de Gabriel Marcel que le oí o leí a mi padre: “Si no hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”. No sé el contexto, pero no me hace falta para entenderla. Y sin embargo es a eso a lo que vamos y se procura ir: a que no quede rastro de lo que una vez sucedió o se supo, ni de los muertos, del confortable pasado que nos alivia a veces y nos ayuda a sostenernos, y nos enseña que hubo tiempos, si no mejores por fuerza, sí distintos de los nuestros, y que podrían volver por tanto. Acaso tiempos más inteligentes o más libres, más cuerdos o menos mediocres. Hoy parece que la intención sea borrar cuanto nos precede, a velocidad de vértigo. Que en la tierra no vivan más que los vivos, y sólo si son muy recientes”. 

Ya he dicho otras veces que de tanto reivindicar el carpe diem, yo mismo, lo endiosamos tanto que dejamos torpemente esfumar el pasado o intentamos bestialmente aniquilarlo, como si sólo en el mundo fuéramos nosotros y éste comenzara con nosotros esta misma mañana.


Te pasaré, amigo mío, estas notas, y sobre todo este párrafo del Javier Marías que, como siempre, ha estado sembrado criticando la ignorancia y el olvido actuales sobre el pasado. “Si no hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”, porque estaríamos más solos que la una y más fríos que los muertos.

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