Solo tenía 23 años, Carmen Laforet, cuando escribió una novela
sensacional, Nada, que llamó la atención por la juventud de la autora y
sobre todo por la descripción que nos dibuja de la sociedad de la década
de los cuarenta, años de posguerra, estancamiento y pobreza. “Supuso
una renovación en la prosa de la época”, resaltó la crítica
unánimemente.
Hablo de ella ahora, porque esta mañana en el desayuno me he encontrado estas perlas de tres inmensas escritoras:
“A menudo he pensado en ella, se refiere Rosa Montero a la escritora
recién fallecida, Ana María Matute, como ejemplo de fuerza y de
esperanza. La vida puede ser cruel e indiferente, la vida puede
triturarte. Lo decía muy bien Laforet en una frase hermosísima de su
novela Nada, hablando de las amigas de uno de los personajes, que tiempo
atrás fueron jóvenes dichosas y ahora eran mujeres atormentadas y
marchitas. Y Laforet decía: “Eran como pájaros envejecidos y oscuros,
con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo
muy pequeño”. Qué bien descrito está ese tiempo de plomo que cortaba las
alas de las mujeres. Laforet dejó de volar; pero Matute resurgió,
porque la vida a veces también es ubérrima y porque el arte nos libra de
la mala muerte”.
El párrafo es impagable, no tiene precio ni
desperdicio, pero enseguida me quedé y me sigo quedando con la frase de
Carmen Laforet que me impactó y lo sigue haciendo como a una buena
amiga, me imagino, porque acaba de destacarla en Facebook, al igual que
yo que la copié al lado de mis escritos recientes para hacer algo con
ella, y es lo que estoy haciendo:
“Eran como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño”.
Se refiere Carmen Laforet a aquellos tiempos oscuros y de plomo de la
dictadura y a aquellas mujeres que los sufrieron en sus carnes. Años de
miseria, estraperlo, sequía espiritual por más nacional catolicismo
imperante que hubiere, invadiéndolo todo debido a ello precisamente..., y
cochambre.
Pocas cosas más atroces en la naturaleza que un pájaro,
nacido para volar alto y veloz, envejecido y oscuro y nada más terrible
que seres humanos que nacieron para volar más alto aún que las águilas
reales, con plena libertad, y disponer de unos cielos tan pequeños y
raquíticos que no eran cielos sino túneles de negrura y desaliento.
Ay, aquellas mujeres, con plomo en las alas, sin derecho al pan y la sal
como ciudadanas a las que se les negaba los derechos más elementales,
de negro hasta los pies, o vestidas de marrón, como mi madre, por hacer
promesas, nadie sabe por qué ni para qué, a la Virgen del Carmen, pero
es lo que se llevaba en muchos lugares, como si de una moda más se
tratara, cuando todo era invadido por una religión también oscurantista,
propia de dictaduras e inquisición. Eran como pájaros envejecidos y
oscuros...
Nota no tan al margen: Tres escritoras de altura, con vidas paralelas intensas, convulsas y de enorme creatividad:
Carmen Laforet tocó las cumbres más altas en su primera juventud para
ir descendiendo en calidad literaria hacia una vida excesivamente gris,
de grandes inseguridades psicológicas, dramas familiares, penurias
económicas y para remate, al final de sus días en torno a los ochenta
años sufrió la enfermedad de Alzheimer que arrasó su memoria.
Ana
María Matute, recibió los grandes premios en su juventud y en su vejez, y
en el medio una gran laguna de vacío sin dedicación alguna a la
literatura, para la que estaba dotada como los mejores, con separaciones
conyugales traumáticas, crisis económicas, salvadas de alguna manera
por su agente literaria, que siguió apostando y creyendo en ella, Carmen
Balcells, para salir de nuevo a conquistar el premio Cervantes, llena
de alegría, lucidez y unas ansias locas de vivir.
Rosa Montero, una
de las mejores escritoras actuales, buena novelista, extraordinaria
entrevistadora, con un compromiso social ejemplar y una sensibilidad
enorme, hacia todo lo humano, incluidos los animales, como destila en
cada una de sus espléndidas columnas, sufrió en sus carnes la
separación de su pareja, pero en este caso, debido a la muerte. La
literatura y el deseo de vivir le devolverían la paz y las ganas de
seguir luchando. Uno de sus últimas obras, tras una breve sequía
creativa, La ridícula idea de no volver a verte. Un libro que habla del
duelo, el que sufrió Marie Curie cuando su marido murió arrollado por un
coche de caballos, y el de la propia autora tras el fallecimiento de su
esposo, el periodista Pablo Lizcano.
Después de comenzar hablando
de aquellas mujeres de posguerra, como pájaros envejecidos y oscuros...
qué alegría da terminar hablando de tres mujeres escritoras geniales,
como águilas reales que destacan con luz propia en los cielos más altos
de la literatura.
martes, 22 de julio de 2014
AQUELLAS MUJERES DE POSGUERRA
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 8:49
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