jueves, 17 de julio de 2014

CUANDO LA AMISTAD SE VISTE DE LARGO



Probablemente hasta que no estás unos días en la casa de unos amigos sintiéndote casi-casi como si te encontraras en tu propia casa, recordando el breve y magnífico poema de Jorge Guillén y el sentir universal de que como en casa en ninguna parte, no se ha puesto definitivamente de largo la amistad, que es tanto como decir que nos hallamos ante los niveles más altos, tomado como variante importante, porque hay otras muchas que se llega a cotas altísimas sin haber convivido de esta forma a la que ahora me refiero (sin tener en cuenta, naturalmente, esos doscientos o dos mil amigos de las redes sociales, que ese es otro cantar bien diferente) desde que la iniciaras en los primeros tanteos de recreos y pupitres (aquellos pupitres escolares de dos en dos), que fue creciendo en la primera pandilla de la calle, la plaza y las eras, que se hizo más potente en la adolescencia y primera juventud alrededor de los primeros secretos en donde se fortalecía una manera de entender la vida en relación, primeras salidas fuera de casa compartiendo comida, noche y aventura, para ir tomando cuerpo adulto y presencia permanente y esencial a lo largo de la vida en viajes, vinos, cafés, cenas programadas y periódicas estancias de fines de semana en casas rurales con responsabilidades alegremente compartidas con la mayor de las exquisiteces a la hora de las rutinas y tareas domésticas.

Pero la prueba del nueve se halla, creo yo, en la de pasar una semana intuyendo que podrían ser algunas más, transcurriendo los días y parte de las noches conociendo los amigos de los anfitriones, siempre con mil detalles y uno más de querer agradar en todo sin el más mínimo esfuerzo, porque está claro en dónde reside lo esencial, y lo accesorio es ir ahí o allá, porque qué más da, ver esto o lo otro, hacer una ruta o la contraria, acertando siempre con las múltiples atenciones de unos que están en su casa y de los que está en casa ajena, pero que pareciera que de ajena nada, intentando no ser nunca molestos y que jamás pueda llegar aun en lontananza el terrible y fatídico dicho de que como el pescado a los pocos día los invitados terminan apestando.

Y va fluyendo como el dulce y parsimonioso río de valle entre montañas entre sabrosas y animadas tertulias, silencios reconfortantes para el pensar y sentir de cada cual consigo mismo, librados del esfuerzo constante y a veces cansino de no dejar de hablar por hablar, a solas con el alma en su almario, tan fundamental en toda humana convivencia.

Y al finalizar la estancia, como queda el regusto de lo vivido y experimentado, estás convencido de que se repetirá la experiencia, aquí-allá-o en el medio, y seguirá ganando la amistad y profundizando en la relación.

Gracias, amigos, no hace falta que os nombre, un millón de gracias sinceras.

Nota de recomendación: En breve, después de mucho tiempo trabajando en ello, Emilio Lledó, el gran maestro del pensamiento, publicará un libro sobra la amistad y el amor. Atentos.

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