Probablemente hasta que no estás unos días en la casa de unos amigos
sintiéndote casi-casi como si te encontraras en tu propia casa,
recordando el breve y magnífico poema de Jorge Guillén y el sentir
universal de que como en casa en ninguna parte, no se ha puesto
definitivamente de largo la amistad, que es tanto como decir que nos
hallamos ante los niveles más altos,
tomado como variante importante, porque hay otras muchas que se llega a
cotas altísimas sin haber convivido de esta forma a la que ahora me
refiero (sin tener en cuenta, naturalmente, esos doscientos o dos mil
amigos de las redes sociales, que ese es otro cantar bien diferente)
desde que la iniciaras en los primeros tanteos de recreos y pupitres
(aquellos pupitres escolares de dos en dos), que fue creciendo en la
primera pandilla de la calle, la plaza y las eras, que se hizo más
potente en la adolescencia y primera juventud alrededor de los primeros
secretos en donde se fortalecía una manera de entender la vida en
relación, primeras salidas fuera de casa compartiendo comida, noche y
aventura, para ir tomando cuerpo adulto y presencia permanente y
esencial a lo largo de la vida en viajes, vinos, cafés, cenas
programadas y periódicas estancias de fines de semana en casas rurales
con responsabilidades alegremente compartidas con la mayor de las
exquisiteces a la hora de las rutinas y tareas domésticas.
Pero
la prueba del nueve se halla, creo yo, en la de pasar una semana
intuyendo que podrían ser algunas más, transcurriendo los días y parte
de las noches conociendo los amigos de los anfitriones, siempre con mil
detalles y uno más de querer agradar en todo sin el más mínimo esfuerzo,
porque está claro en dónde reside lo esencial, y lo accesorio es ir ahí
o allá, porque qué más da, ver esto o lo otro, hacer una ruta o la
contraria, acertando siempre con las múltiples atenciones de unos que
están en su casa y de los que está en casa ajena, pero que pareciera que
de ajena nada, intentando no ser nunca molestos y que jamás pueda
llegar aun en lontananza el terrible y fatídico dicho de que como el
pescado a los pocos día los invitados terminan apestando.
Y va
fluyendo como el dulce y parsimonioso río de valle entre montañas entre
sabrosas y animadas tertulias, silencios reconfortantes para el pensar y
sentir de cada cual consigo mismo, librados del esfuerzo constante y a
veces cansino de no dejar de hablar por hablar, a solas con el alma en
su almario, tan fundamental en toda humana convivencia.
Y al
finalizar la estancia, como queda el regusto de lo vivido y
experimentado, estás convencido de que se repetirá la experiencia,
aquí-allá-o en el medio, y seguirá ganando la amistad y profundizando en
la relación.
Gracias, amigos, no hace falta que os nombre, un millón de gracias sinceras.
Nota de recomendación: En breve, después de mucho tiempo trabajando en
ello, Emilio Lledó, el gran maestro del pensamiento, publicará un libro
sobra la amistad y el amor. Atentos.
jueves, 17 de julio de 2014
CUANDO LA AMISTAD SE VISTE DE LARGO
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 8:08
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