“Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos
años como un artesano al suyo, y que sin esa dedicación no logrará
completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega, por sí misma,
no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la
dedicación pueden conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia
de sí mismo. Y también sabe que lo
mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y
que lo que parecía mejor a veces se desmorona al cabo de muy poco
tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho tiempo después,
sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida”.
Del discurso pronunciado al recibir el Premio Príncipe de Asturias
Antonio Muñoz Molina
Cuando entras en un texto de Muñoz Molina nunca sales indemne, lo
normal es que salgas tocado, muy tocado, me atrevería a decir, tal es el
embrujo de su prosa, su estilo y la hondura de los contenidos. Me ha
pasado con los diez de sus libros leídos, con tanto placer que siempre
sentí, cuando iba llegando al final, que se terminaran, como todos los
artículos que publica los sábados en El País y los breves escritos en su
blog que sigo puntualmente.
Y sales tocado de Sefarad, de Ventanas
de Manhattan, de El invierno en Lisboa, de Plenilunio, de Carlota
Fainberg, de El viento de la luna, de En ausencia de Blanca, de La noche
de los tiempos, de Todo lo que era sólido... y de ésta, detrás de la
cual andaba ya tiempo, la que fuera Premio Planeta y Premio Nacional de
Literatura, El jinete polaco, y cuando voy llegando al final lamento, lo
de siempre con este escritor, que se termine tan pronto, porque
agradecería que tuviera esta novela otras quinientas páginas. Hay
páginas y páginas realmente antológicas y ejemplo de alta literatura: el
uso de la memoria, el estudio de los personajes, la recreación de los
espacios, el análisis del paso del tiempo, el dominio del lenguaje, el
descubrimiento en profundidad de sí mismo como protagonista y de los
personajes que rodean su vida...
Terminé, antes de empezar esta
novela, la primera de la serie de A la búsqueda del tiempo perdido de
Proust que había encallado, hace mucho tiempo, y por suerte volví a
emprender la aventura de viajar con el genial escritor francés, que no
defrauda si se tiene paciencia y se lee minuciosa y detenidamente, con
parsimonia y delectación, que es como se escribieron sus miles de
páginas.
Así hay que leer a Muñoz Molina, disfrutando de los
párrafos largos, muchos de ellos larguísimos, que se agradecen. No
estamos ante un best seller de usar y tirar. Él mismo ha dicho que “la
poesía es un refugio contra la intemperie del mundo”, pues bien, yo
encuentro que su prosa, que tiene muy altos vuelos poéticos, sirve de
refugio perfecto contra la intemperie del mundo, de este mundo que nos
ha tocado vivir, igualmente.
Personalmente le tengo como uno de los
mejores escritores actuales, pero prefiero dejar dos testimonios de
autoridad literaria sin discusión:
“El jinete polaco es una de las
grandes novelas de la narrativa hispánica contemporánea, y, dentro de
este marco general -que abarca varios países, continentes y lenguas-, es
uno de los libros esenciales de la novelística española posterior a la
guerra civil”, ha escrito Pere Gimferrer, poeta, crítico literario y
editor, quien advirtió en Beatus ille, la primera novela de Muñoz Molina
(tenía entonces 30 años, y había escrito solamente un libro de
artículos: El Robinson humano) el germen de un gran escritor y apostó
por él sin reservas.
Y Francisco Rico, catedrático de literatura y
académico de la lengua española, en el prólogo de esta novela afirma,
citando unos versos de T. Eliot:
“Muñoz Molina, como un personaje
de sí mismo se ha reconstruido la memoria literaria que le pedía el
deseo: un espacio sin fronteras nacionales donde conviven los modernos y
los clásicos (con el Quijote en vanguardia), William, Stendhal, Vargas
Llosa, Ariosto, Julio Verne y Marsé. La recuperación del pasado no se da
sin la conquista de los instrumentos para contarlo: antes de nada, la
lengua, una prosa verdadera, modelada desde dentro, desde los
contenidos, no impuesta por imitación ni por los sonsonetes; en seguida,
el oficio, la artesanía que encauza hacia el gran arte”.
Efectivamente: la memoria que le pedía el deseo, y por ello mismo nos
encontramos aquí con un discípulo aventajado de Proust, a quien admira,
que llega a su altura, y a mi gusto, más cercano a mi sentir y pensar.
Desde la artesanía, como señala el profesor Rico, hasta la conquista de
la obra de arte, porque El jinete polaco es una maravillosa obra de
arte. En ella se dan cita y vida: paisaje, pasión y seres humanos, como
quería nuestro Miguel Delibes para toda novela, y en este caso la
palabra, como protagonista totalizador, porque cualquier escrito de
Muñoz Molina, por breve que sea, es todo un homenaje a la palabra.
domingo, 29 de junio de 2014
UN ESCRITOR DE RAZA Y SABIO HUMANISTA XLVI
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 4:38
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