domingo, 29 de junio de 2014

UN ESCRITOR DE RAZA Y SABIO HUMANISTA XLVI



“Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo, y que sin esa dedicación no logrará completar nada de valor. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado, porque la experiencia y la dedicación pueden conducirlo al amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo. Y también sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado, y que lo que parecía mejor a veces se desmorona al cabo de muy poco tiempo, y que una extraña justicia tardía alumbra mucho tiempo después, sin compensación posible, al talento verdadero que no brilló en vida”. Del discurso pronunciado al recibir el Premio Príncipe de Asturias
Antonio Muñoz Molina

Cuando entras en un texto de Muñoz Molina nunca sales indemne, lo normal es que salgas tocado, muy tocado, me atrevería a decir, tal es el embrujo de su prosa, su estilo y la hondura de los contenidos. Me ha pasado con los diez de sus libros leídos, con tanto placer que siempre sentí, cuando iba llegando al final, que se terminaran, como todos los artículos que publica los sábados en El País y los breves escritos en su blog que sigo puntualmente.


Y sales tocado de Sefarad, de Ventanas de Manhattan, de El invierno en Lisboa, de Plenilunio, de Carlota Fainberg, de El viento de la luna, de En ausencia de Blanca, de La noche de los tiempos, de Todo lo que era sólido... y de ésta, detrás de la cual andaba ya tiempo, la que fuera Premio Planeta y Premio Nacional de Literatura, El jinete polaco, y cuando voy llegando al final lamento, lo de siempre con este escritor, que se termine tan pronto, porque agradecería que tuviera esta novela otras quinientas páginas. Hay páginas y páginas realmente antológicas y ejemplo de alta literatura: el uso de la memoria, el estudio de los personajes, la recreación de los espacios, el análisis del paso del tiempo, el dominio del lenguaje, el descubrimiento en profundidad de sí mismo como protagonista y de los personajes que rodean su vida...


Terminé, antes de empezar esta novela, la primera de la serie de A la búsqueda del tiempo perdido de Proust que había encallado, hace mucho tiempo, y por suerte volví a emprender la aventura de viajar con el genial escritor francés, que no defrauda si se tiene paciencia y se lee minuciosa y detenidamente, con parsimonia y delectación, que es como se escribieron sus miles de páginas. 


Así hay que leer a Muñoz Molina, disfrutando de los párrafos largos, muchos de ellos larguísimos, que se agradecen. No estamos ante un best seller de usar y tirar. Él mismo ha dicho que “la poesía es un refugio contra la intemperie del mundo”, pues bien, yo encuentro que su prosa, que tiene muy altos vuelos poéticos, sirve de refugio perfecto contra la intemperie del mundo, de este mundo que nos ha tocado vivir, igualmente.


Personalmente le tengo como uno de los mejores escritores actuales, pero prefiero dejar dos testimonios de autoridad literaria sin discusión: 


“El jinete polaco es una de las grandes novelas de la narrativa hispánica contemporánea, y, dentro de este marco general -que abarca varios países, continentes y lenguas-, es uno de los libros esenciales de la novelística española posterior a la guerra civil”, ha escrito Pere Gimferrer, poeta, crítico literario y editor, quien advirtió en Beatus ille, la primera novela de Muñoz Molina (tenía entonces 30 años, y había escrito solamente un libro de artículos: El Robinson humano) el germen de un gran escritor y apostó por él sin reservas.


Y Francisco Rico, catedrático de literatura y académico de la lengua española, en el prólogo de esta novela afirma, citando unos versos de T. Eliot: 



“Muñoz Molina, como un personaje de sí mismo se ha reconstruido la memoria literaria que le pedía el deseo: un espacio sin fronteras nacionales donde conviven los modernos y los clásicos (con el Quijote en vanguardia), William, Stendhal, Vargas Llosa, Ariosto, Julio Verne y Marsé. La recuperación del pasado no se da sin la conquista de los instrumentos para contarlo: antes de nada, la lengua, una prosa verdadera, modelada desde dentro, desde los contenidos, no impuesta por imitación ni por los sonsonetes; en seguida, el oficio, la artesanía que encauza hacia el gran arte”.
Efectivamente: la memoria que le pedía el deseo, y por ello mismo nos encontramos aquí con un discípulo aventajado de Proust, a quien admira, que llega a su altura, y a mi gusto, más cercano a mi sentir y pensar. Desde la artesanía, como señala el profesor Rico, hasta la conquista de la obra de arte, porque El jinete polaco es una maravillosa obra de arte. En ella se dan cita y vida: paisaje, pasión y seres humanos, como quería nuestro Miguel Delibes para toda novela, y en este caso la palabra, como protagonista totalizador, porque cualquier escrito de Muñoz Molina, por breve que sea, es todo un homenaje a la palabra.

No hay comentarios: