domingo, 18 de mayo de 2014

¡QUÉ FEO ES MIRAR PARA OTRO LADO!



Cuando alguien comete un crimen, por muy execrable que sea, como el de León, lo suyo es preguntarse quién lo ha cometido y dejar a las fuerzas de seguridad su indagación y a la justicia que castigue al culpable. Pero salir en tropel desde el Ministro del Interior, pasando por la Sra. Barberá, hasta el último tertuliano y columnista del mismo signo, ¡qué casualidad!, atizando el fuego contra tirios y troyanos que nada tienen que ver en el asunto, no me parece más que de un cinismo exacerbado y repugnante, como repugnantes me resultan algunas manifestaciones en los medios de comunicación, así como en las redes sociales, por no decir las pintadas en el lugar del crimen. A unas y a otras si son delito que la autoridad competente las persiga, juzgue y castigue. Lo difícil será hasta dónde colocar el listón.

Está claro, ¿no? Porque hasta el día de hoy, cuando esto escribo, no hay más autoras presuntas del crimen contra la Presidenta de la Diputación de León que dos señoras, madre e hija, militantes del Partido Popular, que según todos los indicios llevaban maquinando y preparando minuciosamente el asesinato en un espacio escalofriantemente largo de dos años o algo más y una policía que andaba cerca del lugar de los hechos y que ya está en prisión igualmente. Ellas son las presuntas culpables. Que el juicio y la ley caiga sobre ellas, ya está, porque salir armando camorra, ruido, esperpento... todo ello ajeno al asunto que nos concierne es tan feo como la costumbre de mirar para otro lado, hacerse las víctimas sin venir a cuento, tratar de pescar en río revuelto, caer de forma obtusa en el mismo pecado que se condena, ampliando la culpabilidad hasta el lucero del alba que nada tuvo que ver en el asunto. Y ya sabemos que violencia hay desde que el mundo existe y reina entre los humanos, baste si no mirar las primeras páginas del Génesis que hablan a su modo del origen de los tiempos: eran sólo cuatro y uno mató a otro por uno de los llamados pecados capitales, la envidia. Algo hemos avanzado.

Pero, ¿no te parece que echar la culpa al clima de violencia es como echársela al viento y que no hay motivo porque sólo habría que buscarlo en las meninges retorcidas de algunos?

Hago mías las frases de un artículo, Espanto en la rutina, de Ernesto Escapa: “Esos brotes de estercolero (se refiere al autor a las redes sociales) movieron al intrépido ministro del Interior a anunciar en sede parlamentaria la persecución de comentarios ofensivos, confundiendo la delincuencia con la idiotez, y como si eso fuera cosa suya. Suele ocurrir. El responsable político de que no sucedan crímenes como el del lunes, a la luz del día y en el centro de una ciudad apacible, se revuelve contra la mezquindad refugiada en el anonimato para «limpiar las redes de indeseables». Mientras, los resultados de la investigación nos sitúan ante un episodio difícilmente digerible. Por la condición social de las detenidas, que no pertenecen al ámbito temible de la marginalidad, y por su militancia compartida con la víctima”. Enseguida se supo que era pura venganza personal, y un asesinato no tiene ninguna justificación, ninguna, como tampoco tiene justificación alguna gobernar con mano de hierro cuando entre humanos anda el juego.

Una vez más tendríamos que pedir mesura, orden y justicia, por no decir, que también, más juicio, vergüenza y profesionalidad, en aquellos que deben ser ejemplo de todo lo dicho anteriormente: mesura, Sancho, mesura. La paz y la convivencia se ejercitan con otras virtudes, precisamente esas de las que tanto hablan, alardean y tratan de inculcar, pero ya sabemos que Tartufo murió y no es de recibo quererlo resucitar.

De todas formas estamos ante una historia que daría para una gran novela en manos de un gran escritor o una buena película bajo la dirección de un buen director. Hay pasiones desatadas, hay manipulación, hay vicios desatados de mirar para otro lado, hay venganza personal, hay conflicto laboral, hay política der por medio, hay una muerte que exige un mínimo de respeto...

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