sábado, 15 de marzo de 2014

XXIX MUJER CON ALCUZA


¿A dónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Dámaso Alonso

Dámaso Alonso fue un magnífico poeta, pero le hizo sombra el ejercicio, a la máxima altura, de su magisterio literario como profesor, filólogo, crítico literario y presidente de la Real Academia Española. Hace muchos años le tuve como uno de mis poetas preferidos por su desgarro existencialista y hondura poética. Le abandoné durante un tiempo, pero siempre he vuelto a él como vuelve el ciervo a las corrientes del río donde beber el agua clara más luminosa y profunda.

Mujer con alcuza es, a mi gusto, uno de los grandes poemas de la poesía española del siglo XX. Un largo poema de 168 versos, que pertenece al libro Hijos de la ira, del que el poeta Luis Felipe Vivanco escribió: “Como en las novelas de Kafka, en este poema no se trata más que de la radical soledad de la existencia humana y de la radical injusticia del mundo”. Perfecto.
Se trata de un poema narrativo en el que se nos cuenta cómo una mujer camina arrastrándose... “Esta mujer no avanza por la acera / de esta ciudad, / esta mujer va por un campo yerto, / entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes, / y tristes caballones, / de humana dimensión, de tierra removida, / de tierra / que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó, / entre abismales pozos sombríos, / y turbias simas súbitas, / llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza”. A pesar de lo cual camina como una semidiosa con la alcuza en la mano.
Y ha viajado en un tren que no conduce nadie, durante muchos días y muchas noches, y va sola y se siente sola, veamos:
Y esta mujer se ha despertado en la noche, / y estaba sola, / y ha mirado a su alrededor, / y estaba sola, / y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, / de un vagón a otro, / y estaba sola, / y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, / a algún empleado, / a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento, / y estaba sola, / y ha gritado en la oscuridad, / y estaba sola, / y ha preguntado en la oscuridad, / y estaba sola, / y ha preguntado / quién conducía, / quién movía aquel horrible tren. / Y no le ha contestado nadie, / porque estaba sola, / porque estaba sola. / Y ha seguido días y días, / loca, frenética, / en el enorme tren vacío, / donde no va nadie, / que no conduce nadie/. Adviértase el hallazgo fonético imitando al traqueteo del tren con las múltiples repeticiones de la frase compuesta por tres palabras y estaba sola, entre otras muchas repeticiones, que nos hace mascar la soledad, la angustia existencial y la tremenda injusticia que supone el desorden del un mundo que no conduce nadie, junto con otros elementos alegóricos como el tren, el cementerio lleno de cruces. Y un cierto sabor a náusea y absurdo de los existencialistas franceses (La nausea (Jean Paul Sartre) o El extranjero (Albert Camus). “El tren que alegóricamente alude a la vida, al camino, al viaje, está vacío” y no lo conduce nadie.
¿Por qué se abrirá el poema con un interrogante y se cierra igualmente con otro y ella misma “va curvada como un signo de interrogación, / con la espina dorsal arqueada / sobre el suelo...”? La vida misma.
Muy en línea con la famosa frase de Shakespeare, en Macbeth, que la vida no era más que “una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”.

Si te animas a leerlo no te olvides de advertir los tres planos que se simultanean y entrecruzan a lo largo del poema, como señalan algunos críticos:

PLANO REAL - El caminar cansado por la ciudad.
PLANO SIMBÓLICO - El caminar por un campo yerto.
PLANO ALEGÓRICO - El viaje en tren que casi lo engloba todo.

Lo que demuestra, a todas luces, la magnitud del poema y su enorme riqueza, aunque la desolación y la angustia existencial te dejen sin resuello en el cuerpo y en el alma. Pero hay que volver sobre él una y muchas veces más. Es una joya literaria.

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