lunes, 17 de febrero de 2014

LA RISA QUE NOS CONGELA EL HÍGADO




En los últimos años podría decirse que la risa tiene muy buena prensa y ha sido muy bien acogida y mejor tratada por psicólogos y gente de buen vivir, aunque algunos se hayan podido pasar algunos pueblos montando talleres de risoterapia que tiene su guasa la cosa. Pero todo sea bienvenido para estos años grises de miseria y cochambre que nos están tocando en suerte. Porque la necesitamos como el comer, y no digamos la sonrisa, que tendría que perseguirnos día y noche y hasta llevarla de calle unos y otros, unas y todas, para salvarnos de la quema.

Dicho esto, como dicen los tertulianos a troche y moche, vayamos por partes, porque no hay peor risa que la de los vencedores, o matizando más, de algunos triunfadores. Ya se dio cuenta el inteligente y perspicaz David Trueba, quien tras llevarse los mejores Goyas en la Gala de la Cosa, hubo de reconocer que se le acabó eso tan bonito de ser un perdedor, con lo cómodo que es. Y echó en falta y lo criticó a quien esa noche faltó cuando debería haber estado, y en primera fila, el ministro Wert, que para eso le pagamos, y que tanto ríe por otra parte, aunque su risa te congele el hígado. 

A eso iba, porque esta idea de hablar de la risa me la dado una foto de otro ministro, Gallardón, que ha ganado, tras una victoria pírrica, la batalla contra los que pedían el rechazo al proyecto de ley sobre el aborto. Entendieron y aplaudieron, ay, que la unidad del Partido es más importante que los derechos y la libertad de las mujeres. Y, efectivamente, las risas del ministro de Justicia en fotografías de aquí y de allá, son risas que congelan el alma, porque son las típicas del vencedor que con orgullo se recrea en su triunfo, y que, piensa, pobre diablo, que ha dejado pequeños y en mal lugar a todos los perdedores y a todas las mujeres que se han manifestado por todas las calles y plazas de España, que perseguirán esa risa hasta más allá de su tumba, y si no al tiempo. Hay cosas que no se perdonan, una de ellas es ésta, la de hacer tanto daño a las mujeres, y a los hombres que estamos con ellas, que las convierte en seres incapaces de decidir, sobre lo más suyo, sin derechos, teniendo que ir a Londres a abortar, como en tiempos que se habían olvidado, en el mejor de los casos, porque en el peor, a la vecina de turno sin control ni seguridad. Ríase Sr. Gallardón, sígase riendo, pero sepa que a las mujeres se les ha congelado su risa en los ovarios y aprenda de una vez por todas, que cuando se gana, hay que consolar al que pierde y no carcajearse delante de sus narices, ni reír con risa de hiena, porque no son modales, y porque cuando se gana de esa manera a las piedras y plantas que hay a su alrededor les está dando una vergüenza insufrible, ¿o no se da cuenta?, ¿o no tiene alma, por mucha obediencia que practique a una Iglesia que le pisa los talones, que tanto habla de las almas, y a quien sirve cual aventajado y fiel servidor y dócil monaguillo? 

No hago más que mirar a mi alrededor y no veo más que bochorno y vergüenza ajena y propia.

“Las imágenes de unos diputados populares jaleando a Gallardón, escribe Josep Ramoneda, después de la votación, recordaban inevitablemente otro infausto momento de la historia de nuestra democracia: el día que los diputados del PP festejaron con obsceno entusiasmo que todos habían votado como un solo hombre a favor de la guerra de Irak. España se acababa de apuntar a una guerra y el PP no podía contener su alegría porque nadie había roto la disciplina. Son dos iconos de la indignidad de la política”.  

Eso mismo pienso y creo: la indignidad de la política (prietas las filas) al servicio de los partidos en lugar del servicio de la ciudadanía.

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