miércoles, 5 de febrero de 2014

A LA SOMBRA DE LOS MEJORES XXVI


CUANDO LOS POETAS HABLAN ENMUDECE EL UNIVERSO


La gota es un modelo de concisión:
todo el universo
encerrado en un punto de agua.

José Emilio Pacheco

Siempre he creído que los poetas son los que ponen voz a los sin voz y le ponen voz a los seres que carecen de ella, y se diferencian del resto de los mortales, es decir, todos nosotros , que a lo sumo llegamos a ser discípulos aventajados, lo que no es poco, pasamos de largo pateando ciudades y pueblos, catedrales, cosas bellas o no tanto, diciendo que son bonitas, grandiosas, bellas, espectaculares... y quedándonos mudos, pero con la boca abierta, y a otra cosa, mientras que los artistas, los poetas, se paran, se detienen sin prisa, pero sin pausa, dando a la caza alcance, dejando que las cosas hablen o griten o digan lo que tanto han callado a lo largo de los siglos. Miguel Ángel, como todo escultor que en el mundo ha sido, miraba una roca y soñaba hacia donde el sueño le llevara y con mucho de pasión, oficio y del genio que llevaba muy dentro esculpía el David o el Moisés o...
José Emilio Pacheco, premio Cervantes, que acaba de fallecer, buen escritor y mejor poeta, hace un más difícil todavía ante una simple gota que apenas si nos dice algo, aunque bien es verdad, porque no nos detenemos. Hice la prueba hace unos días en el taller de escritura creativa y como les hice hincar el pico, perdón por la expresión, pero es válida, lograron unos muy dignos escritos a la sombra del gran poeta.
¿Nos acercamos de puntillas a este poema prodigioso titulado La gota del poeta mejicano?


La gota

La gota es un modelo de concisión:
todo el universo
encerrado en un punto de agua.

 
¿Se nos hubiera ocurrido, ya de entrada, ese arranque genial, tan profundo como poético? Seguro que no. Porque no miramos las cosas con el detenimiento del entomólogo, dejándolas hablar, contemplarlas más que mirarlas de reojo y prisas, acariciarlas, entablar un largo diálogo de ida y vuelta, porque es fácil ver cómo en un hombre y en una mujer y en un canto rodado, piedra humilde y pequeña, que cantara León Felipe, se encierra el universo, porque este no es más, acaso, que una prolongación de lo más insignificante o lo más sublime.

La gota representa el diluvio y la sed.
Es el vasto Amazonas y el gran Océano.

 
Y si de definición hablamos, nada mejor que decirlo con un acertado y original contraste: eso es la gota o ello representa: el diluvio y la sed, y en su amplitud más plena eso son el Amazonas y todos los Océanos, una gota en su máxima explosión.

La gota estuvo allí en el principio del mundo.
Es el espejo, el abismo,
la casa de la vida y la fluidez de la muerte.

 
Las gotas, los mares, el inicio de la vida, donde todo comenzara, desde las primeras células amorfas, pero con un leve aleteo de vida, hasta el esplendor de la vida en su vertiente de mayor complejidad. Espejo, abismo, vida y muerte.

Para abreviar, la gota está poblada de seres
que se combaten, se exterminan, se acoplan.
No pueden salir de ella,
gritan en vano.

 
Y el conflicto porque en el poema existe una historia de amor y odio, vida y muerte, lucha y alianza, cárcel y campo abierto.

Preguntan como todos:
¿de qué se trata,
hasta cuándo,
qué mal hicimos
para estar prisioneros de nuestra gota?

 
Y los interrogantes más elementales, o fundamentales, del misterio que es la vida toda que todos en algún momento de pureza nos hacemos: ¿de dónde venimos, a dónde vamos, qué mal hemos hecho para nacer en pecado, para estar prisioneros hasta en una gota?


Y nadie escucha.
Sombra y silencio en torno de la gota,
brizna de luz entre la noche cósmica
en donde no hay respuesta.

 
Y nadie escucha. Y no hay respuesta por muchas preguntas que nos hagamos, porque es de noche y transitamos este mundo entre la niebla y la noche oscura, sí, eso sí, una brizna de luz, pero nada más, brizna fugaz que al igual que los fuegos de artificio se evaporan en segundos para que quede la noche cósmica en donde no hay luz alguna.
Así termina el poema, así lo dejó José Emilio Pacheco, su autor, y por respeto a él, aunque tuviéramos muchas ganas de enmendarle la plana, dejémoslo así: no lo toques ya más, / que así es la rosa.

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