1.-
Enfrentarse a una página en blanco, me parece a mí, no debe hacerse sin el
debido respeto, que significa
consideración, mirada atenta, con detenimiento y hasta con un cuidado y un mimo
especiales. No vale el primer exabrupto que se nos viene a la mente, discutible,
hasta su oportunidad, en la barra del bar con los amiguetes y para nada
procedente en unas carnes vírgenes como las de las páginas en blanco. El
lenguaje oral suele llevárselo el viento, pero el lenguaje escrito permanece
casi siempre. El que escribe, aunque solo fuera por amor propio, debería
intentar que lo dicho hoy sirva dentro de 50 años y no tenga que arrepentirse
de ello.
2.-
Hay que intentar llegar a dar el do
de pecho, aunque no se trata de estar a la altura de Cervantes, Marcel
Proust o Muñoz Molina, sino de dar lo mejor de sí, como en cualquier oficio que
se preste o tarea que nos traemos entre manos. Dar el do de pecho es ir al
gimnasio y, aunque te aburras como una ostra, como es mi caso, resistes y,
mientras das a los pedales en una bici sin horizonte alguno, más que la pared triste
y gris de enfrente, piensas y le das vueltas al artículo que tienes proyectado.
Como darlo en el caso de la enfermera que va desganada al hospital y está harta
de atender al personal, pero piensa en la labor extraordinaria que hace y una
simple sonrisa y una palabra amable pueden hacer feliz por unas horas a unos
enfermos, y eso es impagable. Dar el do de pecho frente a la página en blanco
es pensar y repensar el contenido y envolverlo y adornarlo de la mejor manera
posible, concentrándose, corrigiendo, dejarlo reposar y volver sobre él para
mejorarlo, hasta que una voz, como la de Juan Ramón Jiménez nos diga: “no lo
toques ya más / que así es la rosa” y esperar a que los lectores te hagan algún
guiño o alguna crítica directa.
3.-
Tocamos con los dedos de la mano la
creación. Al terminar de llenar la página es aceptable y hasta plausible la
sensación de haber echado tu granito de arena al mundo de lo creado: no había
nada, prácticamente nada, un espacio vacío, en blanco, un ser que antes no
existía y, por el arte de la escritura, se ha convertido en un ser vivo que
ríe, llora, sugiere, cuenta y canta por su propia cuenta.
4.- Reconoce
que de los mil y un enfoques posibles, éste es uno más, lo que quiere decir
que la comunicación y el lenguaje oral y escrito son patrimonio de todos. Nada
está dicho del todo, nadie es capaz de poner punto final a ningún discurso,
todo el mundo debe tener las mismas oportunidades para alargar su estatura
interior, y a todo hijo de vecino, mal que le pese al ministro Wert, se le debe
ayudar a que pueda llegar a lo más alto,
sin mirar el color de sus ojos, el dinero de sus bolsillos y el ritmo de
madurez en el aprendizaje que es tan diverso en todo estudiante. ¡Cuántos
talentos extraordinarios se hubieran quedado fuera de combate si a determinada
edad se les hubiera exigido una nota, 6´50 por ejemplo, como pretende el
inefable ministro, y no se les hubiera permitido seguir ascendiendo la montaña
del saber! Demos tiempo al tiempo, respetemos la página en blanco y a aquellos
que antes, unos; mucho más tarde, otros, pueden regalarnos pequeñas o grandes
obras de arte o simplemente su buen
hacer.
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