Se nos metió de niños y ya no
nos ha abandonado, como a los gatos. Nada como salir a la calle, tanto-tanto
que lo mejor de ir a la escuela estaba en la hora del recreo y la salida por la
tarde con toda la tarde tuya, toda la tarde nuestra en la plaza y en las calles
del pueblo en pandilla gozosa.
Y es en la calle en donde podemos,
como este gato, ver pasar, mirar con detenimiento y contemplar el espectáculo
de la vida en ebullición constante, el río que no descansa y siempre diferente.
Y si la calle está en paz no
hay felicidad que le iguale, se acabaron las guerras, no diré sucias ni crueles
porque todas son sucias y crueles, el miedo a las pedradas de los niños
salvajes, los jóvenes gamberros y los adultos terroristas o simplemente
violentos.
Y cuando la calle educa ya es el no va más, perros y gatos en armonía,
blancos y negros, gentes de toda raza y condición, jóvenes y viejos, niños y
niñas ¡Sr. Ministro! juntos, desde el principio, en la clase y en el recreo, en
colegios públicos y en los subvencionados, aunque estos sean del OPUS, para
volver a la casa que como decía nuestro Jorge Guillén y decimos todos: como en
casa en ninguna parte, en casa, en este planeta: gatos, perros y demás familia,
sí Sr. Ministro, y niños y niñas juntos, desde el principio, como Dios manda.
Pero, ay, la calle, en este otoño caliente que se avecina (y demasiado frío) de muchos
males y grave crisis y sin ningún proyecto al servicio de los ciudadanos de estos
Gobiernos de infeliz memoria. Hasta los gatos lo pasarán mal.
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