Cuentan sus biógrafos que, un año
antes de su muerte, Kafka se encontró con su hermana Elli y sus tres hijos
pequeños. Uno de ellos tropezó y cayó al suelo. Los otros estuvieron a punto de
reír cuando Kafka, para evitar que el niño se sintiera humillado por su
torpeza, le dijo con un tono de gran admiración: “¡Qué bien te has caído, y qué
maravillosamente te has levantado!”.
Es de suponer que Kafka estuvo
esperando siempre que alguien le dijera algo similar, como todo hijo de madre,
por otra parte, porque todos estamos esperando eso permanentemente y, ay de
nosotros, si nadie nos dice qué bien te has caído y no se detienen en reírse
simplemente, circunstancia bastante frecuente, o qué bien lo has hecho, o qué
bien te veo, o qué guapa estás..., aunque posteriormente, es hasta
aconsejable y beneficioso, que se haga alguna crítica si el momento es
oportuno, razón por la cual se le brinda la ocasión de superarse, y siempre es
de agradecer o debe serlo.
Y no digamos si este primer
mensaje va acompañado del otro más genial aún, del extraordinario escritor
checo, ¡qué maravillosamente te has levantado!, porque este segundo mensaje va
directamente, ya sin ambages, a lo que el caído ha puesto de su parte y merece
el aplauso total y deje de recrearse en las caídas, porque merece la pena
celebrarlo y olvidarse del suelo y lo tropiezos, lo negro y los errores y,
aupándose, valorar y saborear por encima de todas las cosas la verticalidad del
ser y su posibilidad de enderezar lo torcido de este mundo y estar siempre
dispuesto a andar el camino o hacerlo como quería Machado.
Siempre, a lo largo de mi vida
(con más intensidad últimamente) he intentado practicar esta filosofía, o tal
vez mejor sería hablar de pedagogía, y ahora, en los talleres de escritura
creativa que coordino, compruebo que es la piedra filosofal perfecta para
lograr los mejores resultados, un método cálido, cercano, motivador y estimulante,
qué bien lo has hecho, es casi-casi de sobresaliente, aunque les digas
algún pero, que ya esperan porque se repite con frecuencia la técnica, y tras
levantarse de los posibles desaciertos, corregir, tachar, enmendar, pulir y
volver sobre el texto, una vez puesto en pie, para seguir alabando, aplaudiendo
y celebrando. Es así como aflora lo mejor de cada cual sin competir con nadie,
porque si de competir hablamos, con uno mismo, para dar lo mejor de sí y ya es
bastante. Es así como vuelven gozosos a la sesión de la semana siguiente y el
deseo de seguir y seguir levantándose y escribiendo.
2 comentarios:
Qué bien nos enseñas !!!
Ahora me recuerdas a Kafka. Voy a volver a él...
¿Seguirá su pobre escarabajo caído patas arriba sin saber qué hacer con sus huesos??
¿O se habrá levantado aunque sea de mala manera?
Voy a ver.
Solo aquel que carretea trastorna.
Érase un carretero que tan ilusionado estaba con su deambular por los intrincados caminos de la vida, que no se dio cuenta de que el carro rebosaba carga por todas partes. Tan cargado llegó a estar, que un día encontró un bache en su camino y el carro volcó. Creyendo el carretero que sus fuerzas no serían suficientes esperó que el brazo, fuerte y musculoso, con el que creyó contar, acudiría en su auxilio, le pidió una pequeña ayuda para enderezar el rumbo del carro. Pero ocurrió que aquella fuerza arrolladora estaba - y siguió - danzando.
Y yo aquí me quedo, esperando el final del cuento para saber (si el carretero,solo con sus fuerzas, consiguió aupar el carro) que le hubiera satisfecho más, si saberse capaz de seguir por si mismo, o quizás saber que siempre podría contar, en caso de necesidad, con el brazo amigo ¿Vosotros podéis adelantarme el final?
Y no os preocupéis, porque yo a veces, muchas veces, tampoco me entiendo.
Un abrazo.
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