miércoles, 11 de abril de 2012

LAS VENTANAS DE LOS SUICIDAS




VENTANA 34

¡Con qué poco podemos encontrarle sabor y sentido a la vida y hay que ver cuántos se pegan un tiro o se lanzan al vacío!

1.- Basta con ir viendo, tras las ventanas, como el suicida del brevísimo cuento de Gabriel García Márquez, El drama del desencantado, que se arroja a la calle desde un décimo piso, las historias que se viven y que se sueñan: la intimidad de los vecinos, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad…, para arrepentirse y darse cuenta de que se salió de esta vida para siempre por la puerta falsa de atrás.
La pena es que se dio cuenta demasiado tarde.

2.- Basta, como en la película de Abbas Kiarostami, El sabor de las cerezas, para salvarse con el simple, pero delicado y dulce sabor de las cerezas y convertirse en un apasionado de la vida, que así sucedió al campesino que pretendió suicidarse colgándose de un árbol, pero cuando descubre que ese árbol es un cerezo y que sus ramas están llenas de fruta, tanto se entretiene en comerlas y llevarlas a los suyos que se olvida de su desafortunado propósito.

En verdad que necesitamos muy pocas cosas para encontrarle sentido a la vida y constatas con facilidad que, a pesar de los muchos pesares, es bella y merece ser vivida y saboreada como se saborea un racimo de cerezas.

3.- El último y tremendo suicidio, este real, es el del griego Dimitris Christulas, farmacéutico jubilado de 77 años quien, frente al Parlamento de Grecia, se disparó un tiro en la sien. Llevaba en el bolsillo un papel escrito que decía: “Dado que tengo ya una edad que no me permite recurrir a la fuerza y no encuentro otra solución que un final digno antes de empezar a rebuscar comida entre la basura”.

Aunque no justifique esa decisión comprendo el grado de desesperación de un hombre muy comprometido, pero también muy indignado, y guardo un respetuoso silencio.

2 comentarios:

El pastor de... dijo...

Para no hacer muy extensa mi disertación (¿se dice así?) sobre tan espinoso tema, quiero referirme – para si alguien quiere orientarme- al suicidio del farmacéutico griego señor Christulas.

Comenzaré preguntando, este señor ¿se suicidó ahora, o comenzó a suicidarse algunas décadas atrás? Parece que el motivo que encontró para quitarse de en medio ha sido por carecer de medios económicos (no quería buscar entre la basura), y yo, corto de entendederas, no comprendo que un farmacéutico, (quiero decir que no fue un peón sin cualificación) a lo largo de toda su vida no haya sido capaz de plantar un cerezo para, llegado el momento, tener algún fruto dulce para degustar.

De un tiempo a esta parte vengo oyendo una sentencia tan cierta como terrorífica: “el mañana no existe”. En verdad esto es cierto pero yo, a continuación pregunto ¿puedo impedir que mañana amanezca? Y como creo que esto es imposible, ¿no deberíamos pensarlo un poco y aplicar aquello que, hace más de sesenta años, oí comentar entre personas mayores -de pueblo claro- que decían: el que ahorra una cerilla, cuando puede, jamás morirá de frío? También existe este otro pensamiento de un buen amigo mío que, por cierto, no sé si es suyo o lo ha copiado, que dice: por la autopista que, de mayor, te gustaría circular, constrúyela cuando eres joven porque después… después ya será tarde.

Y no debo seguir, seguramente yo esté equivocado, pero jamás entenderé que el farmacéutico D. Dimitris Christulas a sus 77 años tenga que suicidarse. Entiendo que no tenga fuerzas para luchar, pero no puedo entender que se quite la vida porque no tuvo ocasión de plantar un cerezo.

Y acordaos: ¡MAÑANA TAMBIÉN AMANECE!

Esto solo es una pequeña parte de lo que pienso.

Un abrazo

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias, amigo pastor, por tu magnífica disertación, se dice así, y tú lo sabes.
Está claro, creo yo, que cualquier acontecimiento personal nos los vamos elaborando poco a poco, y casi nada nace a la voz de ya. Somos un proceso en marcha.
Yo tampoco entiendo que no tuviera ocasión de plantar un cerezo.
Y por fin, ni el pasado existe, ni el presente que se nos va de las manos, ni el futuro que aún no es; pero a la vez hay que decir a la vez que somos quienes fuimos, quienes estamos siendo y que somos nuestro futuro y que somos el tiempo que nos queda.
Un abrazo, amigo.