Nieva y giran revoloteando los copos sin ánimo de caer al suelo al ritmo de las notas embrujadas de Joaquín Sabina y su voz rota de aguardiente y sueño. Pero aquí que nunca nieva, el espectáculo de la nieve dura menos que un acorde del de Úbeda, pero menos mal que Sabina sigue y sigue llenando la tarde de blanca música con metáforas y versos atrevidos que cortan el aliento, en esta calle melancolía y desmayada, que se divisa desde el balcón y un sol de enero que se pierde en el horizonte entre nubes moradas que se van retirando dando paso a otra fuerte helada.
Este chico, eterno don Juan, genial y calavera, Arlequín que se fuga en cada estrofa sin ánimo de herir hiriendo lo consabido y lo casposo, truhán, señor, no como aquél de paja y alcanfor que se quedó en los 80 o más atrás para arrullar doncellas en Rebajas de El Corte Inglés, (Julio Iglesias, para más señas).
Este poeta, me consta, se juega la piel en cada verso, el tiempo en cada estrofa y pule la rima sorbo a sorbo, como hace con el mejor wisky en buena compañía y siempre o casi siempre rodeado de amigos y grandes poetas, que le envidian porque tiene a su lado a las musas de la inspiración, disolutas y sueltas. “A los quince los cuerdos de atar / me cortaron las alas, / a los veinte escapé por las malas del pie del altar, / a los treinta fui de armas tomar sin chaleco antibalas, / Londres fue Montparnasse sin gabachos… Atocha con mar”. Poemas hechos a dúo con Benjamín Prado, escritor y poeta.
Rebelde, canalla, tierno, lleva en la frente y en la mente Ceniza y Magdalenas, Cristos a docenas y Vírgenes de la Amargura, fruto de una educación recibida entre paja y paja y el deseo maniatado de correr la vida y sus caminos libre de ataduras, pan y catecismo. Se hizo a la mar y supo regalarnos mil peces de colores, mil noches de amor y dulce albedrío, miles de canciones para reír, bailar, encandilar y saborear la belleza y se convirtió en uno de los grandes cantantes y poetas urbanos de nuestro tiempo.
Sirva otro ejemplo de los muchos que se podrían poner: “González era un ángel / menos dos alas / González era un santo por lo civil / un dandy con un ojo a la funerala /
tan rojo, tan oviedo y tan zascandil. / Cuando volvía del extranjero / tan forastero, / a las dos no era de día, / a las seis ya era de noche, / pídame un coche, / fumando espero / y le aplaudían los camareros”.
Espléndido todo este disco último Vinagre y rosas, aunque para terminar la tarde he buscado mi canción preferida, La Magdalena: “Si llevas grasa en la guantera / o un alma que perder, / aparca, junto a sus caderas / de leche y miel. / Entre dos curvas redentoras / la más prohibida de las frutas / te espera hasta la aurora, / la más señora de todas las putas, / la más puta de todas las señoras… Con ese corazón, / tan cinco / estrellas, / que, hasta el hijo de un Dios, / una vez que la vio, / se fue con ella, / Y nunca le cobró / la Magdalena”…
Tiene un mundo propio, que es el mayor elogio que se le puede ofrecer a un artista y creador, por eso es gran poeta, viene a decir Luis García Montero, como pueden tenerlo Lorca, Neruda, Brassens y Bob Dylan. Escucharle a él y a Serrat, tan distintos, tan bien avenidos y tan complementarios, en la famosa gira que hicieron por toda España fue un enorme privilegio y no pequeño lujo otra tarde de verano aquí en la plaza de toros de Valladolid. Por eso esta tarde de invierno, tras los cristales, la nieve dando color a la tarde y las canciones de Sabina calor al alma me han regalado un espectáculo casero y diminuto, a merced de cualquier bolsillo, no lo dudes, de gran calado y magnitud.
sábado, 23 de enero de 2010
VIENDO NEVAR Y ESCUCHANDO A JOAQUÍN SABINA
Publicado por
ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ
en
10:51
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