sábado, 6 de diciembre de 2008

EL NIDO VACÍO


Cuando empiezan a marcharse de casa los hijos, porque se independizan, aunque es ley de vida y antes o después definitivamente lo harán, algo se masca en el ambiente, algo sutil se teje entre las telarañas de la melancolía, por no llamarlo de la tristeza, y tienes que decirte frecuentemente: es ley de vida, debe ser además así y no hay vuelta de hoja, y acudir a la consabida imagen de los pájaros cuando saben volar que al poco tiempo no volverán más al nido y éste queda definitivamente vacío. Volverán a comer algún día, tal vez todos los domingos, al principio, para distanciarse en el tiempo y escuchar la frase mil veces repetida en todos los hogares: cuánto hace que no te vemos, hemos estado de médicos y nos hubiera gustado que estuvierais ahí...
El nido vacío y un poco la soledad de dos en compañía, porque se tiene casi todo hablado, casi todo intuido: cuando tú vienes ya sé qué se te ha perdido, cuando tú vas sé de memoria a donde se dirigen tus pasos. Y no quieres ponerte trágico, para qué, ni triste, intentas darle la vuelta y buscarle el sentido. Y crees de veras que no hay más remedio que recomenzar, lo cual es bueno y saludable para las neuronas y la salud mental en general. En cualquier caso es ahí cuando el aprendizaje de esta nueva etapa debe tener lugar de forma urgente, de manera pormenorizada. Porque lo que no podemos permitir es dejarnos hundir por la tristeza, la soledad, el sinsentido.

De nuevo se hace necesario el planteamiento de proyectos en común y de proyectos individuales desde el respeto a los gustos, necesidades, capacidades tanto de la pareja como por separado y buscar las nuevas oportunidades que nos esperan.
Es tiempo de seguir creciendo a dúo y por separado, por respeto elemental a cada cual, empezando por uno mismo. Tanto y tanto que aprender, degustar, compartir, realizar, crear, soñar… y más cuando la vida va más deprisa que nunca y el tiempo nos devora si no nos ponemos las pilas y mandamos sobre él. ¿O no notas que a medida que cumples años, los días se acortan, los años se esfuman y el tiempo corre más deprisa?
Es tiempo de dar un amplio margen a las amistades de siempre, cuidarlas y hasta mimarlas, y comenzar a abrirse a otros grupos y a otras actividades a través de las cuales llegarán nuevos grupos y posibles nuevos amigos.
Es tiempo de avanzar. Nada está concluido y por nada del mundo detenerse, estancarse, inmovilizarse cuando la vida espera ansiosa de ser vivida por todos y por cada uno. Por ello es el tiempo del compromiso, como siempre, en todo lugar y en todo momento. En el barrio, en la Asociación y allí donde te necesiten.
Es tiempo de innovar y acometer tantas y tantas nuevas tareas que no se pudieron cuando el nido estaba rebosante de ruido, desorden y risas y, sin miedo a la libertad que ahora es casi es total, lanzarse de lleno a no perderse ni un solo instante.
Es el tiempo de la solidaridad, y lógicamente también con los nuevos hogares, echándoles siempre una mano, cuando las cosas están como están, cuando vienen los nietos, sin permitir el abuso, porque el síndrome de la abuela esclava está a la vuelta de la esquina, pero sí disfrutando de ellos dejándoles un lugar, recreándose en sus nuevos mundos, esforzándose para que sus nuevas sensibilidades y sus muchos valores se introduzcan sin demasiado esfuerzo en el nuestro que será a todas luces enriquecido. “Disfrutar con ellos, descubrir sus talentos, reír con sus ocurrencias y compartir sus juegos, abre una nueva y hermosa dimensión dentro del ser humano”, oí decir a un experto.
Y la vida sigue, que es lo que realmente importa, ¿tiempo de crisis por el nido vacío?, pues claro, pero también tiempo de superación.

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