lunes, 17 de noviembre de 2008

LA NIÑA QUE QUIERE VIVIR



Hay ocasiones en la vida en las que menos que nunca valen las opiniones hechas a la ligera o creyendo que son certeras están huecas por dentro, y en las que los prejuicios, las frases hechas y estereotipadas y los razonamientos sin tener en cuenta los hechos en su pormenorizada estructura resultan más fuera de lugar y hasta más hirientes.
Se llama Hannah Jones, tiene trece años y desde los 4, en que le diagnosticaron una leucemia aguda, ha soportado un calvario de dolor, sesiones de quimioterapia, cayéndosele el pelo de la cabeza y la piel de las manos y de los pies, obligada a comer a través de una sonda y para respirar conectada a una botella de oxígeno. Y cuando parecía que el cáncer desaparecía se le instala un marcapasos, aunque al cabo de poco tiempo los médicos creen que para que pueda vivir necesita un trasplante de corazón. Y la niña, tras ese cúmulo de experiencias, desde los 4 años, una verdadera agonía hospitalaria, dice que ya está bien, que ya basta, que ella no es que quiera morir, porque esta muy a gusto con la vida y con su familia, que lo que quiere es vivir, no en el hospital, sino en su propia casa, con su padres y sus hermanos, pero no más hospital, no más sufrimiento.
Se hace obligatorio dejarla hablar, porque sabe lo que dice, y callar un poco:
“Me lo explicaron todo con pelos y señales y lo entendí. Miré al especialista que me habían asignado y le dije que no, que no quería otro corazón, que quería volver a mi casa… No soy una niña normal de 13 años y se perfectamente lo que es mejor para mí. Si fuera algunos años mayor nadie cuestionaría mi decisión. He crecido antes que cualquier otra persona. Ninguno de mis compañeros de mi clase ha tenido que pensar en las mismas cosas que yo… Trato de no pensar en la muerte, pero sé que tengo los días contados. Vivo cada día como viene. Se hace difícil no pensar que la vida es injusta, pero estoy decidida a sacarle el máximo partido. Disfruto leyendo y jugando con mi gato, me encanta el Instituto y tengo algunos amigos geniales. De mi enfermedad no hablamos nunca. Eso hace que me sienta mejor”.
Los padres han respetado su decisión, y su madre en calidad de enfermera de cuidados intensivos ha visto sufrir a muchos niños y manifiesta que por supuesto quiere que sigan con vida durante todo el tiempo posible, pero que, a veces, la muerte puede ser el mejor alivio, el más piadoso. Y al referirse ya a su hija afirma: “Ningún padre está preparado jamás para pensar en la muerte de sus hijos, pero ¿qué padre quiere hacer pasar a sus hijos por años y años de nuevas operaciones dolorosas que no ofrecen ninguna garantía?”.
Ante esta historia límite se ha armado lo de siempre, todo el mundo se siente con derecho a hablar y quienes hasta meter el dedo en el ojo, pero afortunadamente algunas voces son partidarias de callar un poco más y respetar las decisiones de los demás.
De lo mucho que he leído sobre esta cuestión elijo la frase del escritor Tomás Val, fino observador, valiente y lúcido defensor de lo que el cree: “Normalmente quienes se declaran liberales, quienes abogan por la libertad extrema del individuo en lo personal, en lo económico, reculan como ratas asustadas cuando lo que se plantea es el derecho a elegir la muerte”.
¿Sabes qué te digo?, que precisamente por ser defensor de la vida, precisamente por eso, respeto la decisión de esa niña, igual que sus padres, porque en su mismo caso, exactamente igual, respetaría la decisión de una hija de seguir viviendo poco, mucho o casi nada, pero a gusto, y no condenándola a un suplicio de por vida con esperanzas vanas de los avances de la ciencia y sus milagros. Y porque más sagrada que la vida es la decisión libre de alguien, una niña de 13 años, que ha demostrado una gran madurez acompañada de la de sus padres. Me alegro de que Hannah Jones, esa niña inglesa, haya conseguido que se abandone el proceso judicial (un hospital quería someterla contra su voluntad, pero el Alto Tribunal de Londres ha concedido su derecho a rechazar el transplante de corazón, después de decidir que la joven es "suficientemente madura" para la decisión adoptada) y se respete su decisión y las de sus padres: elegir vivir a seguir soportando un calvario de sufrimiento insoportable.

1 comentario:

Vanessa dijo...

Yo también me alegro mucho de que esta "niña" (entre comillas, porque de niña tiene sólo la apariencia) haya conseguido lo que quería. Ha demostrado su madurez, y como ella dijo, si tuviese unos años más, nadie pondría en duda su capacidad de decisión. Pero a veces la edad no se refleja en la partida de nacimiento. Sino en las palabras, en la mirada, en los actos. Y no sólo ha demostrado tener madurez, sino también, tener claro qué quiere. Cosa que muchos, aunque "adultos", aún no sabemos.

Parece contradictorio, pero creo que es afortunada. Ojalá la felicidad de estar con quien realmente quiere estar, le de más ganas de vivir y se traduzca en una esperanza de vida más larga.