Si queremos ser fieles a lo más real, y reflejarlo así, en contra de lo que hemos podido pensar unos y otros, de una o de otra forma, en el momento actual los mayores pueden constituir un problema, pero también una oportunidad, digo en el momento actual que es el que nos importa, y si lo cuidamos estaremos favoreciendo al mismo tiempo un futuro mejor, que también nos debe ir la vida en ello.
Es problema tener la pensión que muchos mayores tienen y no poder ni soñar con una residencia a la que estarían obligados a ir si de una vida digna hablamos y con las mejores condiciones para vivir la última etapa de su existencia.
Es problema ir cumpliendo años con un deterioro cada vez mayor, un sin fin de enfermedades y una esperanza de vida nada halagüeña.
Es problema verse solo, sin familia, sin amigos, sin apenas nadie con quien poder desahogarse, charlar y sentir la mano cálida de quien te ve, te escucha y te quiere, o si se tiene familia, como si no se tuviese, porque se dan casos de prácticamente abandono.
Es problema ser mayor y vivir los días y las noches sin ilusión, sin apenas esperanza y sin aliciente alguno, solamente vegetando, viendo a los demás vivir y cómo pasa la vida, ya desde fuera, sin encontrarle sentido a nada.
Es problema cuando tú mismo puedes encontrarte en situaciones de este estilo y dices que tus problemas son serios problemas.
¿Cómo negarlo y decir alegremente desde nuestras atalayas lejanas y estudios maravillosamente diseñados, trabajados y concluidos tras el aval de muchos análisis rigurosos y datos científicos al por mayor?
Está claro, en muchas ocasiones hemos hablado de pérdidas al ir envejeciendo, pero también de ganancias.
Y no seríamos ni justos, ni veraces, si al mismo tiempo no sostenemos y declaramos que ser mayor constituye una oportunidad. Muchos sociólogos, psicólogos y gerontólogos reflejan en sus estudios este hecho y defienden esta segunda verdad, que contrasta con la ceguera de muchas empresas de mandar a la prejubilación a hombres y mujeres de cincuenta y pocos años y hasta en estos días se ha hablado de los 48, ¡es posible imaginar mayor disparate!
A partir de los sesenta y más se han cumplido años, se ha llegado alto, se está tocando la cima de la madurez y hasta de la plenitud, se dispone de una riqueza social abundante, se cuenta con ilusiones, sueños, algunos proyectos entre manos, buenas expectativas y satisfacción de los momentos vividos y motivación suficiente para adueñarse del futuro más próximo y hacerlo al compás de los mejores deseos.
Los mayores son en sí riqueza social, pero a la vez pueden general riqueza.
Son riqueza social por sus conocimientos: hay muchos que entrados muy en los ochenta y en los noventa dicen tener la mente como cuando eran jóvenes, ¡y qué mente! y no está en creerlo o no creerlo, lo demuestran; por su larga, densa y contrastada experiencia, ricos en años decía un sabio profesor; por su madurez tan bienvenida en tiempos necesitados en los que la banalidad, la frivolidad y la inmadurez parece como si lo llenaran todo; por sus virtudes y valores que tanto escasean por estos pagos: austeridad, ir a lo esencial, prudencia, templanza y verlas venir por decir algunas pocas más sobresalientes.
Generan riqueza porque viajan como nunca lo había hecho y además de mover el esqueleto mueven los bolsillos, tienen más tiempo que nunca para leer y compran más libros que nunca habían comprado, algunos hasta se regalan el coche que habían ansiado siempre y ha sido el momento y si disponen de dinero lo reparten en vida a los nietos y tras la muerte a los hijos.
¿Problema, oportunidad? Habría que concluir con el tantas veces sabio dicho gallego “depende”: muchas veces problema y serio y no pocas veces oportunidad. El reto de una sociedad que ha apostado por un Estado de Bienestar es que para la inmensa mayoría el envejecimiento constituya una oportunidad.
Es problema tener la pensión que muchos mayores tienen y no poder ni soñar con una residencia a la que estarían obligados a ir si de una vida digna hablamos y con las mejores condiciones para vivir la última etapa de su existencia.
Es problema ir cumpliendo años con un deterioro cada vez mayor, un sin fin de enfermedades y una esperanza de vida nada halagüeña.
Es problema verse solo, sin familia, sin amigos, sin apenas nadie con quien poder desahogarse, charlar y sentir la mano cálida de quien te ve, te escucha y te quiere, o si se tiene familia, como si no se tuviese, porque se dan casos de prácticamente abandono.
Es problema ser mayor y vivir los días y las noches sin ilusión, sin apenas esperanza y sin aliciente alguno, solamente vegetando, viendo a los demás vivir y cómo pasa la vida, ya desde fuera, sin encontrarle sentido a nada.
Es problema cuando tú mismo puedes encontrarte en situaciones de este estilo y dices que tus problemas son serios problemas.
¿Cómo negarlo y decir alegremente desde nuestras atalayas lejanas y estudios maravillosamente diseñados, trabajados y concluidos tras el aval de muchos análisis rigurosos y datos científicos al por mayor?
Está claro, en muchas ocasiones hemos hablado de pérdidas al ir envejeciendo, pero también de ganancias.
Y no seríamos ni justos, ni veraces, si al mismo tiempo no sostenemos y declaramos que ser mayor constituye una oportunidad. Muchos sociólogos, psicólogos y gerontólogos reflejan en sus estudios este hecho y defienden esta segunda verdad, que contrasta con la ceguera de muchas empresas de mandar a la prejubilación a hombres y mujeres de cincuenta y pocos años y hasta en estos días se ha hablado de los 48, ¡es posible imaginar mayor disparate!
A partir de los sesenta y más se han cumplido años, se ha llegado alto, se está tocando la cima de la madurez y hasta de la plenitud, se dispone de una riqueza social abundante, se cuenta con ilusiones, sueños, algunos proyectos entre manos, buenas expectativas y satisfacción de los momentos vividos y motivación suficiente para adueñarse del futuro más próximo y hacerlo al compás de los mejores deseos.
Los mayores son en sí riqueza social, pero a la vez pueden general riqueza.
Son riqueza social por sus conocimientos: hay muchos que entrados muy en los ochenta y en los noventa dicen tener la mente como cuando eran jóvenes, ¡y qué mente! y no está en creerlo o no creerlo, lo demuestran; por su larga, densa y contrastada experiencia, ricos en años decía un sabio profesor; por su madurez tan bienvenida en tiempos necesitados en los que la banalidad, la frivolidad y la inmadurez parece como si lo llenaran todo; por sus virtudes y valores que tanto escasean por estos pagos: austeridad, ir a lo esencial, prudencia, templanza y verlas venir por decir algunas pocas más sobresalientes.
Generan riqueza porque viajan como nunca lo había hecho y además de mover el esqueleto mueven los bolsillos, tienen más tiempo que nunca para leer y compran más libros que nunca habían comprado, algunos hasta se regalan el coche que habían ansiado siempre y ha sido el momento y si disponen de dinero lo reparten en vida a los nietos y tras la muerte a los hijos.
¿Problema, oportunidad? Habría que concluir con el tantas veces sabio dicho gallego “depende”: muchas veces problema y serio y no pocas veces oportunidad. El reto de una sociedad que ha apostado por un Estado de Bienestar es que para la inmensa mayoría el envejecimiento constituya una oportunidad.
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