Por no ir al fondo de las cuestiones solemos quedarnos en la superficie de las cosas y al cabo de la calle, y cuando hablamos de personas en la pura epidermis y sólo captamos lo más banal y anecdótico, damos un carpetazo, soltamos el estereotipo más al uso y manido y creemos haber enjuiciado el asunto con el mayor de los aportes irrefutables. Les pasa a los mayores en relación con los jóvenes y a éstos cuando hacen juicios de valor sobre aquéllos. Unos y otros atienden en estos casos a lo meramente superficial, cuando lo justo y correcto debería encaminarnos a ir más al fondo y no caer tan bajo con retratos tan falsos y lejanos de lo real.
Decía el escritor Javier Marías en uno de sus magníficos artículos, publicados ahora en el libro “Aquella mitad de mi tiempo”: “Yo no sé qué ha ocurrido para que los viejos hayan pasado a ser tan frecuentemente un mero estorbo, una carga y una lacra. Las generaciones maduras de hoy son tan soberbias que creen poder prescindir de todo, hasta de su origen y también su destino, como si pensaran que ellas no van a ser seniles también muy pronto”. Es el defecto grave de nunca ponerse en la piel del otro y tratar de empatizar mínimamente con los de enfrente, en este caso, con las generaciones anteriores. Y sigue diciendo el escritor madrileño que cuando oye hablar a estas personas, algo que constatamos y podemos firmar todos, muchas de ellas tienen más energía, entusiasmo y frescura que los que hemos venido luego. Él lo dice de su padre y yo lo vengo diciendo del mío desde siempre. Refiriéndonos a los hombres, pero si nos fijamos en las mujeres exactamente igual: “El mundo está lleno de ancianas benévolas y muy listas en las que casi nadie se fija y a las que nos se hace caso”. Solamente hay que darse una vuelta por todas las Asociaciones de tipo cultural y social, los Centros Cívicos y Centros de Día y veremos en todo tipo de reuniones, actividades, talleres y aulas de educación permanente, cómo la inmensa mayoría de los participantes son mujeres, aunque paradójicamente a la hora de ocupar los puestos directivos estén copados por los hombres, cuando han demostrado ser mucho más activas, serias y comprometidas precisamente ellas.
Pero sucede tres cuartos de lo mismo, cuando de enjuiciar a la juventud se trata, y muchos mayores se olvidan de que ellos llegaron a cotas increíblemente más atrevidas en cuanto a salirse de madre se refiere, en costumbres, hábitos, acciones, salidas de tono y gamberradas que hoy no se soportarían. Pero se tira por la calle de en medio, olvidando que sus hijos y nietos pertenecen a ese colectivo contra el que se zahiere, enjuiciando y metiendo en el mismo saco a todos, y todos, está claro, no son drogadictos, malos estudiantes, irresponsables, irrespetuosos, calaveras, faltos de educación y valores, porque aun cuando algunos de estos valores no les digan nada e incluso estén en contra ellos tienen los suyos a buen recaudo.
Todo ello pasa por el respeto que nos debemos unos a otros en el sentido más profundo del término respeto, que no es otro que mirar con detenimiento, deferencia y consideración. Los jóvenes a los mayores y los mayores a los jóvenes. Y desde este ángulo ver, mirar y enjuiciar, lo que nos llevaría a acercarnos más a la verdad, la verdad de los otros, la verdad de lo real y no las puras apariencias y recrear nuestros juicios con excesiva miopía. ¡Un respeto, por favor!
Decía el escritor Javier Marías en uno de sus magníficos artículos, publicados ahora en el libro “Aquella mitad de mi tiempo”: “Yo no sé qué ha ocurrido para que los viejos hayan pasado a ser tan frecuentemente un mero estorbo, una carga y una lacra. Las generaciones maduras de hoy son tan soberbias que creen poder prescindir de todo, hasta de su origen y también su destino, como si pensaran que ellas no van a ser seniles también muy pronto”. Es el defecto grave de nunca ponerse en la piel del otro y tratar de empatizar mínimamente con los de enfrente, en este caso, con las generaciones anteriores. Y sigue diciendo el escritor madrileño que cuando oye hablar a estas personas, algo que constatamos y podemos firmar todos, muchas de ellas tienen más energía, entusiasmo y frescura que los que hemos venido luego. Él lo dice de su padre y yo lo vengo diciendo del mío desde siempre. Refiriéndonos a los hombres, pero si nos fijamos en las mujeres exactamente igual: “El mundo está lleno de ancianas benévolas y muy listas en las que casi nadie se fija y a las que nos se hace caso”. Solamente hay que darse una vuelta por todas las Asociaciones de tipo cultural y social, los Centros Cívicos y Centros de Día y veremos en todo tipo de reuniones, actividades, talleres y aulas de educación permanente, cómo la inmensa mayoría de los participantes son mujeres, aunque paradójicamente a la hora de ocupar los puestos directivos estén copados por los hombres, cuando han demostrado ser mucho más activas, serias y comprometidas precisamente ellas.
Pero sucede tres cuartos de lo mismo, cuando de enjuiciar a la juventud se trata, y muchos mayores se olvidan de que ellos llegaron a cotas increíblemente más atrevidas en cuanto a salirse de madre se refiere, en costumbres, hábitos, acciones, salidas de tono y gamberradas que hoy no se soportarían. Pero se tira por la calle de en medio, olvidando que sus hijos y nietos pertenecen a ese colectivo contra el que se zahiere, enjuiciando y metiendo en el mismo saco a todos, y todos, está claro, no son drogadictos, malos estudiantes, irresponsables, irrespetuosos, calaveras, faltos de educación y valores, porque aun cuando algunos de estos valores no les digan nada e incluso estén en contra ellos tienen los suyos a buen recaudo.
Todo ello pasa por el respeto que nos debemos unos a otros en el sentido más profundo del término respeto, que no es otro que mirar con detenimiento, deferencia y consideración. Los jóvenes a los mayores y los mayores a los jóvenes. Y desde este ángulo ver, mirar y enjuiciar, lo que nos llevaría a acercarnos más a la verdad, la verdad de los otros, la verdad de lo real y no las puras apariencias y recrear nuestros juicios con excesiva miopía. ¡Un respeto, por favor!
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