miércoles, 9 de julio de 2008

ME SIENTO A LA PUERTA DE MI CASA

Me siento otra vez a la puerta de mi casa, no para ver pasar a mi enemigo, sino contemplar la vida en su parsimonioso deambular y dejarla penetrar como lluvia mansa que refresca y cala por fuera y por dentro.

Y van pasando quienes más quiero y a quienes voy invitando conforme a sus gustos, vicios, buenas maneras y deseos ocultos.

Toman café y se fuman un cigarro, quienes como yo fuman a escondidas o a cuentagotas o se pasan de la raya, cuando no se pasan nunca, excepto a solas y en pequeña y cálida compañía.

Otros se apuntan a una cerveza, mientras vamos dando cuerda y repaso a lugares comunes, opiniones compartidas, lecturas de quienes nos hacen vibrar, pensar, debatir y hasta ser mejores.

La vida se pone cuesta arriba cuando la hipoteca estrangula la economía familiar y la enfermedad de algún familiar da cauce abierto a la angustia y no nos permite obviarlo a cada paso en una conversación larga y tendida.

Llevan prisa y no aceptan sentarse, pero al final, las palabras se van enhebrando unas tras otras hasta formar un ovillo voluminoso y entrañable de cuitas que necesitaban salir a la luz serena y al aire amigo.

Hacía mucho tiempo, y parece que fue ayer, pero los días pasan y también los años, por lo que no hay más remedio que acudir a la nostalgia, a los recuerdos más inolvidables, al qué bien te veo y, al despedirnos, el deseo de que nunca vuelva a suceder dejar tanto tiempo entre medias, habiendo tanto de qué hablar, compañero del alma, compañero, que decía Miguel Hernández, y tantas y tantas cosas que comentar y degustar.

Alguien va perdido, busca una dirección que ya no existe y, acaso, agradece la pérdida, porque en la conversación espontánea se ha encontrado un poco más a sí mismo ya que en el fondo no quería más que alguien le escuchara y mirara detenidamente y sin prisa a los ojos y al fondo de sus adentros. La vida es así, sale al encuentro cuando menos te lo esperas y ni siquiera cuando ni la buscas.

Pasa el encargado del mantenimiento de la urbanización y uno que es un chapuzas esperaba como agua en mayo a que alguien entendido en fugas revisara una de ellas en una boca de riego. Nada como ser experto, en un santiamén la avería arreglada. Como no quiso cobrarme nada, me aceptó una botella de vino que al final agradeció. Aunque quedó claro que dar las gracias me pertenecían especialmente a mí.

Se acomodan, no tienen prisa y se agradece se veras que te regalen tiempo y tiempo y puedan disfrutar y valorar el postre que esperaba a la cena con tu mujer o a solas y que el adelanto no ha podido caer mejor y tan bien compartido.

Va silbando una canción preciosa que reconozco enseguida, me pongo a hacer el dúo y la melodía suena estupendamente bien sin que él, qué pena, lo advierta. Le esperaré otro día a la puerta.

Se acerca pausadamente y comienza a contarme sus batallitas. No me da tiempo a comentarle nada de las mías, porque él sólo quiere que alguien le escuche y lo entiendo, para qué atiborrarle más con otras historias.

Pasa fugaz con su bici pedaleando y sus quince años a cuestas y tras el adiós sonoro y sonriente me marcho veloz con él a lomos de la fantasía del niño que monta en bici conmigo y canta boleros que me apasionan.

Entro en casa y me llevo dentro la multitud de encuentros fecundos por haber tenido la idea feliz de sentarme otra vez a la puerta de mi casa y ver pasar la vida.

Ya sabes, si pasas por mi puerta será un placer charlar de lo tuyo y las abejas y poder compartir un café o un vino fresco de la tierra, lo que gustes.
Le debo esta página a Pessoa, porque entre sus poemas encontré este verso: “me senté otra vez a la puerta de mi casa”, me gustó tanto y me abrió tantas ventanas que me puse a alargar por mi cuenta y riesgo lo que pasaría si yo también me sentaba a la puerta de mi casa.

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