13 de diciembre de 2021
Y al tercer día va resucitando la visión del ojo pocho y disipándose la niebla...
Hace ya 8 o 10 años me diagnosticaron principio de cataratas y hasta que un ojo no ha estado a punto de cirugía ha habido que esperar, y como todo llega, llegó el día y la hora de la operación, que no es tan simple y sencilla, ¿quién dijo tal? Y molesta y es desagradable para el paciente, y más que pasivo, porque no puedes mover ni una pestaña, que tienes el pleno sol encima del ojo y un globo en el centro moviéndose, y trozos deshilachados de telarañas que no dejan de bailar, por mucho que quisiera tranquilizarme la compañera de la sala de espera que, al regresar del quirófano y preguntarle yo, inquieto y temeroso, que cómo le había ido y si le había dolido, me contestó con toda entereza que no se había enterado, y me desconcertó “a futuro”, porque enseguida me llamaron y desde el primer segundo, no es que me doliera aquello, es que los 20 o 30 minutos se te hacen eternos porque te andan trasteando en la niña que más quieres de tus ojos queridos, y me acordaba de aquella mujer y me decía, será que son de otra pasta y uno por nada se arruga y se convierte en mal paciente, como siempre he sido, que aguanta más bien poco. Será. Y mientras tanto el doctor, un médico jovencísimo, pero experto, porque a simple vista sentía, porque nada veía, que lo iba haciendo con gran profesionalidad. Pero como aquello duraba y no te decían cuándo se acababa de una vez, tuve tiempo para pensar en no hacerle, por nada del mundo, la pregunta que llevaba preparada: ¿y del otro ojo qué, cuándo y cómo?, porque no tenía ganas de volver a repetir la misma historia de hacerle pasar un mal rato a la otra niña del derecho. ¡Pobre niña mía!
Pero todo ha ido bien, muy bien, el primer día solo tuve pequeñas molestias como la de tener arenilla en el ojo o un objeto extraño y una nube, tras la que lo veía todo borroso, hasta que al tercer día, ya digo, se ha ido disipando y ya casi no hay restos ni de nube, lo que me hace pensar que, cuando al mes vaya a la revisión ordinaria, volveré con todas las de ley y convencido de hacerle la pregunta de marras al doctor y cirujano: ¿Y del otro ojo qué, cuándo y cómo?, al tiempo de darle un millón de gracias. Porque bien va a valer la pena pasar un ratito molesto y ver, como un lince debe de ver, y no como un cegato al que le bailan las letras, te pasas de línea y se te forma una nube que las tapa y se te va al carajo su luz y su sentido y te pierdes en lo mejor de la encrucijada del relato o del argumento.
¿Qué he aprendido de esta pequeña historia?
Que no hay que hacer caso de quien no sabe y te dice que eso es coser y cantar o no te pongas en manos de un desconocido, sino al doctor que te dijo que de una operación sencilla, nada de nada, sino compleja y con sus dificultades.
Que lo que hay que hacer debe hacerse aun cuando conlleve algunas molestias desagradables. ¿Qué sería de nuestra dentadura si no fuéramos en su momento y con frecuencia al dentista, y nunca es una noche de bodas?
Que si alguien te dice al salir del quirófano que no se ha enterado, es que es de otro planeta diferente al tuyo, porque yo salí atontado, con la respiración entrecortada, quizá por la tensión, ante el trasteo en el ojo y la luz intensa del sol artificial.
Que en cuanto vea al doctor, le daré las gracias, porque no tuve ocasión hacerlo en el momento de salir de la sala de operaciones. Ya no estaba.
Y por último, que voy a ver como un lince, sin nubes en mi cielo, ya lo estoy notando, y eso me obliga a dar gracias a la vida: “Me dio dos luceros que cuando los abro / perfecto distingo lo negro del blanco / y en el alto cielo su fondo estrellado”. Pues eso, motivos hay.
https://youtu.be/WGklmBUy_p8 Charlotte Ritchie - Revelation Song
No hay comentarios:
Publicar un comentario