jueves, 14 de octubre de 2021

HUMANA DULZURA-HUMANA GRANDEZA

 


Hay pensamientos que saltan a la vista y deseas que aniden para siempre en el cerebro. Uno de ellos es este de Italo Calvino en Las ciudades invisibles: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos: Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacer que dure, y dejarle espacio”.. Y Josep Mª Esquirol lo comenta así: “La mejor definición de cultura y educación que conozco se encuentra en este texto. La cultura y la educación consisten en esto: en hacer durar lo bueno y darle espacio, en hacerlo crecer. Y, a la vez, en conseguir que el infierno retroceda o, lo que viene a ser lo mismo, en aplazar el momento de la inhumanidad”. Lo primero, aceptarlo, porque no está fuera, ni lejos, sino dentro de nosotros mismos, se confundió Sartre, el infierno no son los otros, somos todos, está en nosotros. Y segundo, esta es la más hermosa de las ideas: buscar y reconocer quién o qué no es infierno, hacer que duren y dejarles espacio a través de la educación, la cultura y el ejercicio de los valores

Si acudimos a tres personajes históricos, ejemplares como maestros en el arte y la práctica del buen vivir y bien hacer, Francisco de Asís, Sócrates y Néstor Mandela, nos abren caminos y dan luz en la noche.
El primero trataba a todos como hermanos menores en la horizontalidad y un amor maternal: todo pequeños, todos menores, reacio a lo que supusiera superioridad, ¡qué feo estaba aquello de llamar “Superiores”, y nada evangélico, a los curas que dirigían nuestras vidas en el Seminario! Qué horror. Y Francisco de Asís destacaba por ser, más que pacificador y mediador, que también, por ser pacífico, hombre paz y de buen corazón, “de trato muy humano, hábil y en extremo afable”. Paz y bien era su saludo. Era amigo de los animales, pero no solo eso.
El segundo, Sócrates, para quien la amabilidad y la dulzura eran señal de sabiduría y no la arrogancia, y así trataba a los jóvenes, bien armado de paciencia y propugnando en todo momento el diálogo, cuyo delito por el que fue condenado a muerte fue el de hacer pensar a los jóvenes ayudándoles a buscar argumentos sólidos y logrando que descubrieran sus propias verdades. Estimulaba el espíritu de sus discípulos más que inocularles nuevos conocimientos, igual que una partera o comadrona ayudaba al alumbramiento, hasta que afloraran las ideas que guardaban en su interior, para analizarlas y saber si eran valiosas y merecían detenerse en ellas o si se trataba de falsedades que se debían desechar.
El tercero, Nelson Mandela salió, tras 27 años de cárcel, renovado, libre y deseoso de luchar por un mundo más tolerante, justo y solidario, como muchos que salieron del infierno de los campos de concentración con enormes deseos de vivir, pasar página y continuar sembrando de perdón y bien el mundo y no se doblegaron. Un hombre que se crece en la adversidad y utiliza la cárcel como campo de entrenamiento y lugar en el que prepararse para dar la vuelta a una política de injusticias y desigualdades sangrantes. Ninguno de ellos se creía mejor y más que los demás, pero por ello y sus excelsos valores, como la dulzura, la humildad, la horizontalidad, el diálogo, el respeto al otro, el perdón, la justicia..., lo contrario del infierno, encontraron el mejor eco y asiento en sus seguidores.
https://youtu.be/BIQ2D6AIys8 Cavalleria Rusticana, Pietro Mascagni. Inconmensurable. ¡Ay, si pudieran escucharla ellos!

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