domingo, 13 de junio de 2021

LAS LECCIONES DE LA DESNUDEZ

 


Solas, en campo abierto salmantino rico en dehesas y encinas, es raro verlas sin compañeras a la redonda. Una lejana, pero firme, enhiesta y plena. Pegada a la cámara, esta que, aunque seca ya hace años, se resiste a morir del todo, caer muerta sobre la tierra y convertirse en tierra y polvo, y está ganando batallas después de casi muerta, porque le dan vida los pájaros que tienen a bien posarse y cantar y hacer el amor en sus brazos abiertos al dulce cobijo. En el caso de que sea encina, que hasta ahí podría llegar su desnudez.

Se resiste a morir y así lleva una porción de años. Y siempre me pregunto, ante estos seres que duran y perduran lo indecible, cómo puedes doblegarte por haber cumplido los 40 o 50 ridículos años si puedes llegar a 100, si las cosas y la vida se te ponen a tiro y con cierta facilidad, sin ser el primero, que ya hay cientos y miles que han sobrepasado ese límite centenario. O ante un simple resfriado te arrugas, me arrugo, y te conviertes en el centro de toda preocupación y angustia, o te vienes abajo pensando más en los demás porque crees que no llegarás nunca a lo que ellos han llegado, sin pensar que lo que importa es que tú logres lo que debes lograr, sin necesidad de competir, como alguien ya te insistió a tiempo y a destiempo, que de lo que se trata es de compartir y dejar la competencia para lo orgullosos de turno, y si de competir se trata, que sea contigo mismo, como me gusta repetir, para llegar a dar lo que debes llegar a dar, llenar hasta los bordes tu vaso, no antes del último minuto de tu vida sobre la tierra.
Vuelvo sobre la encina seca y la contemplo con tanto agrado y admiración que me hace bien su orgullo sano de mantenerse erguida, fuerte contra lluvias y vientos, con la firmeza de los grandes en su humildad de seres un tanto marginales, y admiro su belleza al desnudo, su fortaleza frente a los airados temporales, su armonía de tronco todavía robusto y recios brazos que arremeten con vigor contra los vientos más huracanados. Desde su desnudez, o por ello, es lección de humanidad, de ser y saber estar, de grandeza en su escultura hecha a sí misma, desde la humildad de guardar silencio cuando todo grita a su alrededor y la felicidad de que los pájaros quieran hacerle compañía y mostrarle sus cantos generosos que ella en su mudez congénita tanto envidia. Y así hasta que llegue el día que no tiene por qué no ser feliz, puesto que terminará siendo lo que un día fue: nada, pero tras el paso por la vida, pasar a ser materia orgánica para que otros nazcan, sientan, vean y disfruten de ser algo o alguien. De la nada a la nada, pero habiendo sido y poder ser algo hermoso y útil para alguien.
Y última reflexión sobra las dos encinas en contraste total de abundancia y desnudez, en plenitud de vida generosa, allá en la lejanía, dando fruto, sombra y alegría de vivir, frente a la cercanía de esta otra, plena en su desnudez hermosa, que puede todavía vivir sus últimos momentos, que se alargan hasta nadie sabe cuándo, para disfrute de los sentidos y el pensamiento que ella misma invita a generar. Y ser y estar siendo una obra de arte.
https://youtu.be/00iO7FXWhx8 W.A. Mozart - Concerto for Flute and Harp KV 299 (2nd movement) O los susurros de una flauta y un arpa a una encina desnuda.

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