domingo, 6 de diciembre de 2020

AY, LA GERONTOFOBIA

 


En la pandemia Covid 19 se han visto muchas cosas, hasta el plumero se nos ha visto, cuando comenzó por los más viejos y casi todos pensamos: bueno, menos mal, qué vamos a esperar con noventa y muchos, y quizá no nos demos cuenta de que estamos cayendo muy bajo, por debajo del nivel de las aguas, por debajo del respeto a las canas y la dignidad humana, porque si de dignidad hablamos todos somos iguales, los de 2 y los de 96, los de talla altísima y los bajitos, las guapas-guapas que se salen del marco y los más feos del lugar, con los que nadie quiere bailar. Y menos mal que hemos ido tomando conciencia, primero, dándonos vergüenza de no haber puesto desde el primer momento las cosas donde deben y segundo, afinando nuestra sensibilidad y poniendo orden y mayor finura a nuestro pensar y sentir. Porque nos hemos enterado de que les cerraban con llave las habitaciones y se cansaban de de dar golpes a las puertas.
Ay, la gerontofobia, no, no mires en el diccionario de la RAE, porque no viene. Ha tenido que ser de nuevo la filósofa Adela Cortina, quien acuñara el término “aporofobia”: animosidad, hostilidad y aversión al pobre, para poder llamar con precisión a las cosas por su nombre, a las personas en este caso, lo que les da valor, las identifica, y nos obliga a conocerlas, reconocerlas rápidamente y respetarlas, que es lo mínimo. La gerontofobia, dice Adela Cortina, que de nuevo está ahí poniendo los puntos sobre las íes, se refiere al temor, la prevención, la aversión o el desprecio hacia los ancianos. Si no lo teníamos claro ya tenemos un término que nos saca los colores, a nosotros y a las Administraciones, pone los sentimientos en su sitio y nos avisa de nuestros desvaríos, injusticias y de faltarle el respeto más elemental a quienes les debemos por lo menos la vida.
De nuevo nos vemos obligados a distinguir entre valor y precio que ya el bueno y sabio de don Antonio Machado nos enseñara a distinguir de esta manera tan sutil: “Todo necio confunde valor y precio”. Enfrentados así los conceptos, ya lo sabes: el precio es el que tienen la patatas, las sartenes y los sombreros, valor es el don que reviste a los individuos en su mayor dignidad, la de ser personas, precisamente eso, por el hecho de ser personas, insisto, de 2, 96, los de talla altísima y los bajitos, las guapas-guapas que se salen del marco y las más feas del lugar, blancos y negros y de cualquier etnia...
Y hasta si de precio y de productividad hablamos, que es lo que algunos solo entienden, diremos que los viejos también son productivos y si no que se lo pregunten a la industria farmacéutica, los laboratorios, las residencias y los servicios de ayuda a domicilio y compañía. Hasta en esto son rentables, somos rentables.
Y no ya porque tienen muchos años y por eso se les debe un respeto, y además están más para allá que para acá, ni que hayan tenido una vida dura de guerra y larga posguerra, ni siquiera por lo que tanto les debemos, que también, sino por el valor máximo que les constituye, la dignidad humana, que según el diccionario de la RAE, es una cualidad propia de la condición humana de la que emanan los derechos fundamentales, junto al libre desarrollo de la personalidad, que precisamente por ese fundamento son inviolables e inalienables. Y de ahí no debemos pasarnos ni un milímetro. Está claro, me parece a mí. ¿No?
https://youtu.be/o_gm0NCabPs Mozart - Clarinet Concerto [Sharon Kam] Os dejo en buenas manos con Mozart y esta clarinetista.

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