lunes, 1 de julio de 2019

SU BICI, TU BICI Y LA MÍA


Puede que haya tres, o cuatro, y todos, sean tres o sean cuatro, llevan una felicidad encima y un apoyo de colegas para salir del barro y del charco demasiado hondo para una bici, que es lo realmente importante: ese instante que se está grabando con letras de oro en su memoria y haber podido salir indemnes del empeño y la adversidad, sabiendo en todo momento reír a carcajadas a lomos de una bici que es de todos. La tarde se alargará hasta su caída definitiva a la hora de volver a casa antes de que se enfríe la cena y la posible regañina de las madres.
Esa es su bici.
Luego está la tuya, amigo lector, querida amiga, porque ambos tuvisteis en vuestra infancia una bici o similar: dale gusto y paso a tu memoria... No quiero sino que interactúes como lo intento yo. Esos niños alrededor de su bici pueden ser perfecta excusa para darnos un baño de infancia y acudir a los mejores momentos en donde la risa, los amigos, la tarde hasta la primera luz de la estrellas hacían su acto de presencia y nos iban conformando y haciendo a medida de ir estrenando vida y años. Sigue no te cortes.
Después está la mía:
Los primeros momentos de mi aprendizaje en la bici se grabaron igualmente en la memoria y afloran en todo momento como los más felices e impactantes de mis diez años, uno arriba o dos abajo.
¡La bicicleta!: Una palabra clave en la biografía de mis primeros años en aquella Tierra de Campos de tierra, duros, y a la vez entrañables. En mi casa tuvimos suerte y mi hermano mayor nos trajo de Madrid, donde trabajaba, una bicicleta de carrera, que dio mucho que hablar por lo apetecible y porque fue también un poco la bici de todos. Y como eran tiempos de escasez y austeridad, muy a manos llenas, no recuerdo prácticamente otro juguete en mi niñez de cumpleaños y Reyes Magos. Pero fue una maravilla.
¡La bicicleta! Por entonces llegaron “los cubanos” al pueblo. Su hija tenía una bici de chica con las ruedas muy gruesas, casi de moto. Cuando la cubanita, no recuerdo el nombre, sí la silueta, llegaba a la plaza, todos los chicos corríamos detrás de su bici, yo creo que no tanto por ver las ruedas gruesas, nunca vistas, que también, como las piernas de gacela de aquella linda cubanita. Don Luis, el cura párroco, se encargaría de perdonarnos todos nuestros malos pensamientos (entonces eran malos: carne de cañón y pasto de las llamas) y miradas furtivas.
Hasta llegar a la altura altiva de las canas y el descenso precipitado a la vejez en donde vuelve de nuevo la bici, esta vez, ay, estática, del gimnasio a donde vamos Isabel y yo: lunes miércoles y viernes, sin dejar de pasar por el espléndido spa en el que te dejas acariciar con el mejor de los cuatro elementos de la naturaleza: el agua caliente, que abre los poros de la piel y del alma. Ya ves, hasta dónde me llevó la imagen. Y ha sido un viaje en bici la mar de placentero.
Nota no tan al margen: Por indicación de una buena y entrañable amiga, iré señalando, durante los meses del verano, las músicas que me arropan mientras escribo estas cosillas:
https://youtu.be/jOSnOuIVsBE

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