lunes, 5 de noviembre de 2018
LA ABUELA DE LAS MANZANAS DEL EDÉN
Esta es la abuela que todo niño quisiera tener en su vida, una abuela que le da lo que tiene, pero con una alegría que le sale del alma, y si comes solo una manzana te invita a comer otra y otra más y se la ve disfrutar con ello. ¡Ella necesita tan poco!
- Come, hijo, que estás en la edad de crecer.
Es feliz y le estalla la vida entera en su rostro. ¡Qué poco necesitaban esas abuelas para estar satisfechas de la vida! Con unas pocas manzanas del huerto se consideraban reinas por un día y todo el invierno si la chimenea de leña era generosa, ah, y que el que pasara por la puerta de su casa le dijera: Hola, ¿qué hace Vd.?, o ¿qué tal le va?, nada más, pero qué menos, y con solo eso le alegraba la mañana.
Si la manzana del paraíso nos llevó al desastre, las manzanas de la abuela nos conducen al verdadero edén: Hacer la vida más amable y facilitar la querencia más sana y profunda. Ha ido perdiendo diente a diente toda una dentadura hermosa en su juventud, fruto del paso implacable del tiempo, pero su rostro no ha perdido su hermosura porque ese hundimiento actual es como un pozo lleno de encanto y sorpresas y si te quedas un rato con ella seguro que te regala las más bellas historias jamás contadas con no poca gracia y mucho misterio. Los ojos, aunque pareciera que estuvieran cerrados por el cansancio de haberlo visto todo, siguen viendo lo esencial, ya que con solo tenerlos entreabiertos les sobra para admirarlo todo tamizado de una luz tenue y de una simpatía infinita. Ahí está el milagroso encanto que le invade el rostro. No le brillan los ojos, pero le brilla el alma. Y la media sonrisa, no le da el aliento para muchas carcajadas, invade la tarde y es una de las mejores caricias que hayamos recibido en nuestra vida. Una sonrisa bien distinta de la famosísima, enigmática y perturbadora, Gioconda, y tan distinta de algunos políticos que sabes que encubren la mentira y periodistas tertulianos, ¿de qué se reirán y sonreirán tanto, enseñando fotocopias que te arrastran al vómito, y tan diferente de las sonrisas enlatadas con sabor a Profidén que ponemos delante de la cámara.
Esta mujer nos está ofreciendo prácticamente todo lo que tiene y lo hace con una generosidad que pone en tela de juicio la ambición de acaparar tantos cachivaches en nuestras vidas que nada valen comparado con ese gesto impagable de ofrecernos las manzanas de su huerto.
Gracias, abuela, por devolvernos el mejor de los paraísos: el edén de la generosidad, la más pura alegría y esa ternura inmensa que le sale por todas y cada una de las arrugas de la cara. Así deberíamos sonreír, gracias.
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 15:10
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