sábado, 13 de octubre de 2018

PÁGINAS DEL AYER, PARA HOY Y DEL MAÑANA


Que “El Quijote” es una enciclopedia de sabiduría y humanismo en cada página nadie lo pone en duda, y que Cervantes se adelantó a su tiempo, no solo literariamente sino ideológicamente, es un hecho incontestable. Léase si no el discurso de la Pastora Marcela, todo un tratado sobre la libertad y la dignidad de la mujer, que te anima a ser feminista de pro, si no lo eras todavía. Hoy, me voy detener en el capítulo XII de la segunda parte en el que se encierran dos ideas muy distintas aparentemente, pero que se complementan de la manera original a la que tan acostumbrados nos tiene Cervantes, sabio y maestro excepcional: la primera marca un momento decisivo en el comportamiento de don Quijote y Sancho. Dejan de ser quienes venían siendo: arriba y abajo, para pasar a la horizontalidad y pasar a un entendimiento mutuo, un reconocimiento del fondo de cada cual, unido al respeto, la camaradería y la perfecta armonía de la igualdad basada en la dignidad de ser ellos mismos, una vez despojados de los trajes utilizados en el escenario: en donde todos los personajes “son instrumentos para hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso, donde se ven a lo vivo los hechos de la vida humana”, en el discurso del Quijote; como las piezas del ajedrez tras la jugada final, que pasan a ser figuras hermanadas sin distinciones, según la sabiduría de Sancho: “Mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y al acabarse el juego todas se mezclan”. Los actores de la comedia, al finalizar esta, todos iguales, exactamente igual que las piezas del ajedrez. Don Quijote reconoce por primera vez que Sancho, cada día se va haciendo menos simple y más agudo, y Sancho le devuelve el cumplido, reconociendo que algo se le habrá pegado de la agudeza de su amo, “porque las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos”.
La segunda que a mi ver es complementaria, aunque se refiera a los animales que acompañan a los dos protagonistas, Rocinante y el rucio, en donde el escritor nos habla de la amistad única y trabada de las dos bestias, que no lo eran tanto, aunque “por decencia y decoro” no quiere profundizar, sino simplemente dejar esa leve y rápida pincelada literaria y psicológica con tantas sugerencias: “Las dos bestias se juntaban, acudía a rascarse el uno al otro y después de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio y mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días”. Y compara esa relación con la que tuvieron Niso y Euralio, una historia de amor que narra Virgilio en la Eneída y se refiere a la relación de dos soldados y, a la vez, amantes. Y Pilades y Orestes, dos personajes de la mitología griega buen ejemplo de amistad. Una mirada más de Cervantes adelantándose a su tiempo y cambiándonos el paso.
Es curioso, como dicen los críticos expertos en la obra de Cervantes, que él mismo autor no comprendió al comienzo todo el alcance de su propia obra, de la que solo poco a poco fue adquiriendo conciencia, como destaca Juan Luis Alborg, en su magistral Historia de la Literatura. ¿Quién de los mortales comprende el alcance de su obra? Es algo destinado al tiempo y a la historia que ponen las cosas y a los humanos en su sitio. Tiempo e historia han hablado y han puesto a Cervantes como uno de los más grandes de todos los tiempos.

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