sábado, 22 de septiembre de 2018

EL ORGULLO DE LA ROSA


“Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa” nos dejó, como regalo, Gertrude Stein, con gran acierto y sentido poético, que es tanto como decir que una rosa es una rosa y no otra cosa, está satisfecha y orgullosa de serlo, y desde su mudez absoluta canta su belleza a los cuatro vientos, como el caballo que da coces espléndidos al aire y levanta la cabeza ufano bebiéndose los vientos sin saber que es tan bello, pero para eso estamos quienes podemos gritar y admirar y reconocer la hermosura allá donde la haya y la hay a raudales en una rosa y en un caballo. ¿Cómo van a querer ser otra cosa la rosa y el caballo?
No es algo superfluo y altanero estar orgullosos de algo que hemos hecho con nuestras manos y nuestra inteligencia, de lo que estamos satisfechos y convencidos de que no está nada mal, y mucho más si los demás lo reconocen y lo alaban sin ambages. Saber aceptar el reconocimiento de los otros y sus aplausos encaja en el arte del saber estar y hasta ser.
“El orgullo es una fiera salvaje que vive en una cueva y yerra por el desierto. La vanidad, en cambio, es un loro que salta de rama en rama y parlotea a la vista de todos”, decía Flaubert. Hay profundas diferencias entre el orgullo, positivo si se le sabe domeñar y poner en su sitio, ya sabes: “es una fiera salvaje”, y la vanidad que va por la vida sin brújula y atolondrada, de flor en flor, sin disfrutar de la belleza y el rico néctar de las flores.
Si acudimos al Diccionario de la RAE nos encontramos con dos acepciones de “orgullo” bien diferentes:
1.- Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás. (Aznar, en su última comparecencia, y peor aún que los suyos digan que es un crack)
2.- Sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio. (Tú mismo)
Esta segunda es a la que no estamos refiriendo en estos momentos, aunque no debamos olvidar la primera de la que debemos huir como liebre perseguida por galgos orgullosos de ser buenos corredores, cayendo en la egolatría de los Donald Trump que tanto abundan en este loco mundo con excesos elocuentes de mirarse permanentemente en el espejo de lo fatuo y la feria de las vanidades. Y será bueno y de buen provecho quedarnos con esa acepción positiva: satisfacción de aquello que consideramos meritorio. ¿Cómo no estar orgullosos de la cosechas cuando vienen a derecho y son abundantes, o de ese libro en el que has estado trabajando una larga temporada y estás casi seguro de que te ha salido redondo, un simple postre, pero sabrosísimo, y ya no es tan simple, componer una deliciosa canción, una camisa bien planchada, un proyecto con el que has estado empeñado día y noche hasta dar magníficos frutos, y así hasta el infinito, porque los aciertos, buenos modales, pequeños o grandes hechos meritorios son infinitos? Como orgullosa de su trabajo es una cuidadora de una residencia que habla así: “Hoy volví a escuchar: trabajas limpiando culos" y no es ni la primera ni la octava vez que lo escucho. Y siento la necesidad de reivindicar mi trabajo y de gritar al mundo lo orgullosa que estoy de él. Sí, señores y señoras, orgullosa de limpiar culos, cortar uñas, lavar cabezas, vestir, duchar, alimentar y cuidar a personas entre otras cosas, sí, sí, personas que no pueden hacerlo por sí mismas y necesitan ayuda”. ¿Cómo no van a estar orgullosos: la rosa, el caballo y hasta el humilde caracol “pacífico burgués de la vereda”? ¿Cómo no estarlo tú, cuando algo te ha salido de pura madre?

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