Siguiendo la pista del maestro, como homenaje a su 90 cumpleaños.
A partir de dos breves textos, pero intensos, de Rafael Sánchez Ferlosio: “Cuenta la leyenda de Confucio, cómo éste, visitando, como solía, un reino extraño, fue interpelado por un gran señor que dijo así: En este reino reina la virtud: si el padre roba, el hijo lo denuncia; si roba el hijo, lo denuncia el padre. Y Confucio le contestó: En mi reino el hijo encubre al padre y el padre encubre al hijo; a esto también se da el nombre de virtud”. “(Paráfrasis del anterior) Un gran señor le dijo a Confucio: En nuestro reino impera la equidad: somos compasivos con las víctimas y despiadados con los delincuentes. Confucio replicó: En mi reino somos igualmente compasivos con las víctimas y con los delincuentes; esto también merece el nombre de equidad”.
En nuestro reino tenemos una religión y como es la verdadera queremos que todos dejen la suya y se pasen a la nuestra y yo le dije: pues en el mío se admiten todas, incluso las de los que no creen en ninguna, y no competimos a ver cuál es la verdadera. Cada cual con su pan se lo coman.
En mi reino se celebran la certeza, el dogma, la fe inquebrantable, la autoridad a carta cabal y la uniformidad, a lo que yo repliqué: en el mío sin embargo florecen la duda, la fraternidad por encima de todo, la levedad del ser, el cañaveral y el roble, hermanadas las diferencias..., y hacen buenas migas el perro y el gato, el cordero y el lobo, los blancos y los negros.
En este reino tenemos una bandera y la sacamos cuando el reino está en peligro, y yo le contesté: quiero un reino en el que la bandera y demás símbolos, si es que tienen que existir, nunca se usen contra nadie y menos como armas arrojadizas.
En mi reino se contesta antes de preguntar atendiendo a las señales dudosas del individuo en sombras y en el mío, aclaré, se contesta al que pregunta venga de la luz o de la sombra.
En aquel otro reino las cosas vienen de arriba, del más allá y allá volverán, siempre ha sido así y así se ha enseñado, mientras que en el mío las cosas no están tan claras, unas vienen de arriba, otras de abajo, están aquí siempre de paso, a merced del viento, sin saber quién conduce este tren, a dónde va y si existe estación al otro lado de la raya, como el tren de la “Mujer con alcuza” de Dámaso Alonso: “Y ha preguntado / quién conducía / quién movía aquel horrible tren. / Y no ha contestado nadie, porque estaba sola, / porque estaba sola. / Y ha seguido días y días, / loca, frenética, / en el enorme tren vacío, donde no va nadie, / que no conduce nadie”.
En mi reino, continuaba relatando, la justicia y el orden están por encima de todas las cosas, y en el mío de igual forma, pero con Albert Camus hago yo también esta excepción: “Entre la justicia y mi madre elijo a mi madre". (La frase completa, en su contexto, iba destinada a responder a un estudiante que reclamaba justicia para una Argelia que luchaba por su independencia decía así: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. Para Camus el fin nunca justificó los medios).
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