Me enseñaba mi amigo Eusebio, uno de los alumnos del taller de escritura creativa, un libro de poemas del premio Nobel de Literatura (1931), Erik Karlfeldt, y me decía que no había sido capaz de hincarle el diente y al decirle que si me lo dejaba le echaría un vistazo y se lo devolvería, enseguida me dijo que ni hablar, que me quedara con él o hiciera lo que quisiera como regalarlo, por ejemplo..
Nada más llegar a casa, movido por la curiosidad, al leer los dos primeros poemas, no conocía de nada a este poeta y escritor sueco, muy estimado por los suyos y tenido como uno de sus mejores poetas, rápidamente descubrí que había mucha intensidad poética en ellos y que eran dos obras de arte. Los leeré cualquier día en el taller de escritura advirtiendo que es necesario no correr tan deprisa para poder llegar lejos.
“Los antepasados” es el título del primer poema y es un precioso y entrañable homenaje a ellos, humildes, pero sin ser esclavos de nadie y reyes en su propio hogar. Ahí es nada, y así comienza:
“Sus nombres no se mencionan en anales
-vivieron en paz y en humildad-
pero sin embargo, diviso su procesión
extraviándose en lo más oscuro del tiempo.
Ya ves, leídos los primeros versos, dan ganas de seguir con avidez la lectura:
No fueron esclavos de nadie ni sabían registros,
eran reyes en su propio hogar
y se embriagaban en días festivos”.
Importa en verdad mucho el homenaje a nuestros antepasados desde el recuerdo, a pesar de que ya ni les va ni les viene, pero es ese recuerdo el que hace que salga a flote la grandeza de las almas agradecidas y que sigan brotando en nosotros buenos sentimientos. Nuevo regalo que nos hacen.
Y sigue y sigue y cada verso es una perla a flor de página o escondida entre líneas.
El segundo, “Jornalero de verano”, es una declaración de amor, tierna y encendida, de un jornalero campesino a su dueña y que termina de esta manera tan perfecta como bella y sugerente:
“¡No temas si chirría a medianoche tu portillo a la luz de las estrellas!
Soy yo, tu trabajador de verano, tierna granjera mía”.
Lo dicho: es necesario no correr tan deprisa para poder llegar lejos, ni descartar nada a primera vista, porque te puedes perder joyas de valor incalculables.
-vivieron en paz y en humildad-
pero sin embargo, diviso su procesión
extraviándose en lo más oscuro del tiempo.
Ya ves, leídos los primeros versos, dan ganas de seguir con avidez la lectura:
No fueron esclavos de nadie ni sabían registros,
eran reyes en su propio hogar
y se embriagaban en días festivos”.
Importa en verdad mucho el homenaje a nuestros antepasados desde el recuerdo, a pesar de que ya ni les va ni les viene, pero es ese recuerdo el que hace que salga a flote la grandeza de las almas agradecidas y que sigan brotando en nosotros buenos sentimientos. Nuevo regalo que nos hacen.
Y sigue y sigue y cada verso es una perla a flor de página o escondida entre líneas.
El segundo, “Jornalero de verano”, es una declaración de amor, tierna y encendida, de un jornalero campesino a su dueña y que termina de esta manera tan perfecta como bella y sugerente:
“¡No temas si chirría a medianoche tu portillo a la luz de las estrellas!
Soy yo, tu trabajador de verano, tierna granjera mía”.
Lo dicho: es necesario no correr tan deprisa para poder llegar lejos, ni descartar nada a primera vista, porque te puedes perder joyas de valor incalculables.
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