Suelen ir juntas, y con harta frecuencia pegadas a la piel de muchos personajes de la vida pública y en el alma de muchos desconocidos y desalmados que hacen ruido en las calles y llevan en el alma toda la violencia del mundo desatada. Los conocemos bien, a cuantos llevan la intolerancia, la estupidez y el fanatismo por bandera, creyéndose, por cierto, el ombligo del mundo.
La intolerancia tiene cura dejándose llevar por un método bien estudiado, de medio y largo alcance, leyendo mucho, practicando y dedicando horas al estudio de las gentes y los pueblos, metiéndose en la piel de los que son pacíficos, mansos, lúcidos, inteligentes, humildes, abiertos a todo, con más dudas que certezas, gente buena y de carácter dócil, entrañable, cordial y fácil a la amistad, dispuestos a aprender casi todo de todos. Al levantarse de la cama muy de mañana en una inmensa mayoría aflora alguno de estos rasgos, porque el día suele a veces enturbiarse aun en los mejores. Y hasta en el intolerante es seguro que habrá algún rincón de alma con el que se pueda estar a gusto, hasta que revienta, se alza a los altos cielos de la violencia y la intransigencia, dueño de todos los dogmas y verdades absolutas, palabras mayúsculas, etéreas y grandilocuentes y toda una parafernalia que se retroalimenta en manada variopinta de signos, símbolos, muecas y gestos, estrellas, cruces y delirios imperiales.
La estupidez tiene peor arreglo, teniendo en cuenta de que un poco tontos, lerdos y estúpidos lo hemos sido todos en algún momento, pero de todo puede salirse y hasta del infierno, si nos ponemos a ello, porque la ignorancia y la estupidez pueden vencerse con muchos kilos de clases de ayuda, de lectura y estudio, y viajar, oír música, verlo todo cuanto se pueda, escuchar a quien sabe más, que son casi todos, escribir un diario pormenorizado y rigurosamente dedicándose a él, para ir descubriendo los pasos que se van dando hacia la lucidez, el dominio de la razón y de un raciocinio bien armado. Y todo se consigue, pero con la paciencia del agua horadando la piedra y el esfuerzo permanente de querer salir de la miseria de la mente atrofiada. Y si no todo, algo, que sería mucho.
Reconocerás y caerás en la cuenta de que cuando van juntas la cosa se pone difícil y tendremos que terminar dando la razón al gran sabio, y buena gente, Albert Camus. Por separado pueden combatirse, pero cuando se juntan en manada y en plena noche, date por muerto, todo inútil, solo nos queda acudir a una eficaz, eficiente y profesional policía y una justicia en regla, no hay esperanza, porque esta historia suele terminar mal, un desastre, va en su propia idiosincrasia y en la estela que van dejando de violencia y agresividad intolerables, al principio solo verbal, pero muy tóxica y dapina.
https://youtu.be/R-MbbebSQjQ?si=gqrRo8_RpgrZrD0K Jacques Offenbach - Barcarolle from The Tales of Hoffmann, Belle nuit, ô nuit d’amour
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