El respeto que le debemos a los demás, no lo olvides, nos lo debemos a nosotros mismos, y que nos exige cuidarnos, mimarnos, amar nuestro cuerpo, bien limpio siempre, y perfumado, por ellos y por nosotros, con ejercicios físicos que le vienen bien y le salvan, sin comer ni beber más de la cuenta, pero comiendo y bebiendo razonablemente bien, sin olvidar la mente, la niña de nuestros ojos, abundar en ejercicios mentales, como pensar, enjuiciar, dotarnos de buenas razones y óptimos argumentos, leer, escribir, oír la radio, un poquito la tele, escuchar música, hablar hasta con las paredes, si hiciera falta, polemizar, no dejar mucho tiempo la mente en blanco y en desuso, callada, ensimismada en uno mismo, abierta a todo cuando se mueve y que nos dé pie para estimulándonos continuar a nuestro aire por los caminos más apetecibles.
Es lo de siempre, si no nos respetamos a nosotros mismos, ¿podremos respetar a los demás? Difícil. Respetar, que significa considerarnos, vernos, mirarnos, defender nuestra dignidad, quiénes somos, con todo nuestro bagaje y nuestra biografía, hecha a conciencia día a día y minuto a minuto. A todos nos ha costado llegar a dónde hemos llegado y, aunque haya tantos en el camino que nos han aupado y apoyado, algo y mucho hemos tenido que ver nosotros en ello. Defenderlo con uñas y dientes no es tarea inútil. Nos merecemos un respeto, valorando lo hecho y hasta donde hemos llegado, sin olvidar la autoestima como nuestra mejor aliada sin necesidad de venerarnos, que no viene a cuento y produce tantos monstruos y tantos desequilibrios. Y ya sabes que es la antesala para entrar con los mismos mimbres en el respeto a los otros, por ser quienes son, sin aditamentos que no añaden al peso específico de su dignidad, la dignidad humana que nos es dada y que nadie tiene ningún derecho de quebrar, manchar y no considerarla como tal por el hecho fundamental de poseer razón, libertad y moralidad como nos enseñaran los grandes filósofos de la historia. Dignidad que ya se vislumbra en el yacimiento de Dmanisi (Georgia) y como dice el filósofo actual Javier Gomá Lanzón: “Dmanisi certifica el nacimiento de una cooperación grupal antinatural, antiutilataria, es decir, genuinamente humana. La mandíbula, privada de dientes pertenecía a un viejo que, incapaz de alimentarse por sí mismo, necesitaba la cooperación del grupo para ingerir papilla de carne masticada. Ese viejo no servía para nada y, pese a su inutilidad, el grupo lo consideró digno de protección y cuidado. Allí en Dmanisi, hace 1,8 millones de años, centelleó por primera vez el relámpago de la dignidad”.
Es la intuición original y genial de Antonio Machado: “Nadie es más que nadie, y por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre” es decir no hay dignidad mayor que la de ser hombre o mujer.
Nos debemos y les debemos un respeto. Eso es.
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