Facebook nos recuerda todas la mañanas artículos de hace cuatro, ocho y más años que casi están en el olvido, pero te siguen sorprendiendo. Hoy ha sido uno del 2020 sobre la ternura que tuvo muchos seguidores y comentarios, aunque lo que más me importa es el breve párrafo que dediqué a mis padres. Es este: “Hay algo que me persigue con mucha frecuencia: querer compartir con mis padres, muertos hace 33 y 35 años, un largo viaje para que conocieran un poco más de este mundo que para ellos fue tan reducido, un buen vino con mi padre, una tarta de Maro Vallés con mi madre”, que venía detrás de algo que le sucedió a Manuel Vilas cuando fue a Cartagena de Indias a hablar de su novela Ordesa, y descubre allí una fruta, la pitahaya, y se acuerda de su madre porque se comunica con ella a través de la fruta que tanto significaba en su vida: la fruta, dice, simbolizaba, para ella, el agua, el sol y la tierra, y le duele que su madre no hubiera conocido esa fruta, porque: “¡Cuántas cosas ocurren en mi vida que no puedo compartir con nadie, y eso me está matando”. Ese mismo sentimiento tenía entonces cuando a renglón seguido escribí poco más de cuatro líneas sobre ellos y me parece, a todas luces, insignificante y pobre por lo que estoy obligado a ampliar para que no me siga matando como a Manuel Vilas. Andaban ya cerca de los 90 cuando comenzamos a construir una casa en la urbanización El Cardiel, en Viana de Cega, que quedó bonita y les hubiera encantado conocerla y pasarse algunos días en ella con nosotros, y no pudo ser porque enseguida fallecieron o yo no estuve lo suficientemente listo, atento y presto, como hay que estar con los seres a quienes tienes más que agradecer de este mundo. Yo no había hecho nada de las tareas de la casa porque eran tiempos en los que la madre y las tres hermanas lo hacían todo. Bastante después comencé a desandar lo mal andado y me fui metiendo en la cocina y la plancha, y muchos días recordando cuando mi madre, ya muy anciana, planchaba y yo la miraba alelado. Hoy no la hubiera dejado y me habría puesto a ello con placer. Como soy goloso por naturaleza he terminado felizmente en hacer algunos postres, sabrosones, me da rabia no poder llevar ni una sola porción para que los prueben, demasiado tarde, ay. Y cómo no compartir más tardes y mañanas, más veladas, dejándoles hablar de sus cosas, de la casa en la que nacimos y ellos resistieron hasta que fueron a vivir conmigo durante seis años, y cómo me pesa lo poco que compartí con ellos cuando en lugar de estar más a su lado estaba en las Batuecas, en mis tontas y vanas Batuecas de no ir a lo esencial de la vida: estar, amar, cuidar, compartir. Y estar mucho más pendiente de ellos, más a su lado, para que después no me siga matando tanto, pero sobre todo por el elemental agradecimiento a quien les debía tanto y tanto... Y llevarles a Valderas (León), como hago ahora con mi hermano mayor que yo, para probar el bacalao al ajo arriero, que les volvía locos y solo lo comíamos en Navidad, y visitar con ellos algunas de las más bellas ciudades de España y de Europa, y asistir a algún concierto de canción española, y llevar a mi padre para ver algunas bodegas y viñedos sin dejar de probar los buenos vinos, y ver alguna cuadra de caballos de raza, su pasión, y que mi madre pudiera visitar algunas de las más hermosas catedrales para oír misa cantada, y dar un paseo por cualquiera de los paseos marítimos del Mediterráneo, y..., ..., ..., ¡qué menos! Quien dijo que el pasado puede mejorarse acertó, claro que puede mejorarse, insisto una vez más en ello, porque mejoramos nosotros que somos presente, pasado y futuro.
https://youtu.be/do19IOMtwU8?si=4U-BWYcw9KHIOcou Mirando al Mar Los Sabandeños – (Esta canción les encantaba. Va por ellos).
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