jueves, 16 de junio de 2022

HABLAR SOLO MALA COSA NO ES

 


No, no es malo, aunque lo parezca. Iba conmigo desde la infancia como algo raro, cuando oía hablar en alto y a solas a alguna persona mayor, no me encajaba, lo veía extraño, hasta creo que me daba pena al pensar que algo no debía de funcionar bien en las entretelas de su cerebro, los encontraba muy solos, “qué tendrán dentro de sí para no hablarlo con alguien”, me imagino que me decía a mí mismo, porque no acababa de entenderlo. Hasta llegar a saber que no es de locos hablar consigo mismo y hasta en alto. Ahora bien: es bueno, reconfortante y necesario encontrar alguien con quien hablar.
Hace años leí con mucho agrado, y no poco provecho, un hermoso libro que se titula nada menos que “Alguien con quien hablar” del bueno y sabio Ángel Gabilondo, del que subrayé, ya de entrada para empezar, el segundo párrafo del libro: “A todos nos ocurre que necesitamos que alguien nos acompañe, que esté cerca, que nos escuche, que nos diga. Pero alguien no es uno o uno cualquiera, no nos es indiferente y dar con él, con ella, resulta decisivo”. Y yo en aquellos primeros años y, en estos de la última ola, sentía y siento pena de que alguien no tenga a nadie que le acompañe, que esté a su lado, que le pueda escuchar lo que está diciendo al viento sin tener respuesta alguna, alguien a quien mirar a los ojos y escucharle también. Posteriormente he hecho esfuerzo por escuchar activamente y disfruto con ello, pero con tal de que no se pasen y me dejen entrar en la conversación y no tengas que andar dando codazos al aire para decir tú también algo al respecto, y, ay, a veces hablan tanto que no te dejan, y no es eso. Hablar y escuchar, escuchar y hablar, es tan hermoso, ese es el juego y esas sus reglas, las reglas de un juego sabio y fecundo desde que el mundo de la palabra es mundo. “Escuchar como acto de reconocimiento”.
Sigo dando la palabra al maestro:
“No es cuestión de alguien a quien hablar, sino de alguien con quien hablar. Es un regalo de la vida encontrarse con quien poder hacerlo”. Es el juego al que me refería yo antes, como el abrazo que no es posible darlo sin recibirlo, si es de verdad abrazo cálido, largo y emocionado y para nada lánguido.
“Nos falta la palabra próxima, como mano amiga, la distancia en la que no solo contar lo ocurrido, sino pensar si podemos llegar a atisbar algo, soñar, desear, mostrar las contradicciones y paradojas que habitan toda alma”. Porque es lastimoso que pudiera darse el caso de que hablamos días y días y años y años y no aparece sobre la mesa eso que realmente habita en el fondo del alma: eso que escuece y duele, eso que asombra, eso que nos alegra la vida y nos la llena plenamente.
“Las sobremesas y los cafés de tarde entornan en el ruido de los dimes y diretes la ausencia de alguien con quien hablar... Es desnudar el alma hasta escucharse. Es recibir la hospitalidad de otra alma tiritando su propia suerte”. Porque no estamos hablando de la cháchara fácil y estéril, de los dimes y diretes y de los lugares comunes mil veces repetidos. Hablar con alguien para compartir lo mío y lo tuyo, lo nuestro, lo que más nos duele en el fondo y lo que más nos alegra el alma y el cuerpo.
Y dejar espacio y tiempo al silencio: ¡Es tan elocuente, es tan hablador si le damos paso! Alguien con quien hablar y alguien con quien escuchar los silencios. Y hablar solo, cuando ese alguien falla, «converso con el hombre que siempre va conmigo” decía Machado, hablar a solas con uno mismo, que es lo que he estado haciendo mientras escribía todo esto, hablar conmigo y con la página en blanco y tratar de extraer lo mejor que puedo y sé, dejando de vez en cuando hablar al silencio tantas veces fecundo y pensando que ojalá sigáis ahí dispuestos a leer y comentar.
https://youtu.be/w6bymfoPvp4 La Flor del Jazmín" (Chango Rodríguez) // Luciana Jury

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