viernes, 6 de septiembre de 2019

DEJADME LLORAR, ORILLAS DEL MAR


“Dejadme llorar, orillas del mar” dijo Góngora y así lo comenta Paco Ibáñez: “Si hubiera dicho, “dejadme llorar a orillas del mar”, estaría señalando un lugar, simplemente, y no habría magia, pero le pide a la orilla que la deje llorar”. Tenía que ser alguien con la sensibilidad extraordinaria del cantante quien nos ayudara a ver la diferencia de los matices y de la calidad poética. La diferencia es muy sustancial porque en el primer caso se da una espléndida personificación: no es el mar solo un espacio mudo que actúe de espectador pasivo, sino un personaje vivo en quien me puedo cobijar y dejar mis lágrimas a secar. Y la naturaleza interactúa como si fuera un ser humano que te acoge y te consuela en este caso. ¡Qué bien se entiende en los talleres de escritura creativa!
Un ejemplo más sacado de un poema de Beatriz Beloqui, que apunta Paco Ibáñez: “Baila tu cólera”, tan distinto de “baila con tu cólera”, que no es lo mismo, porque en el primer caso la fuerza expresiva es de un nivel muy superior de belleza. La cólera se convierte en baile. Elevas la cólera al nivel de un personaje.
Lo que me ha llevado a indagar y ampliar el abanico con otros muchos ejemplos que se dan a la vuelta de cualquier poema que se precie.
La enorme potencia expresiva de la poesía de Rosalía de Castro, en gran medida, está en la utilización de la personificación, una figura literaria de tanto alcance y creatividad: habla con la naturaleza y se mete dentro de ella. Buen ejemplo es uno de sus poemas más famosos: “Adiós ríos, adiós fuentes”, que no es sino la despedida del emigrante al tener que irse a otras tierras forzado a abandonar la suya y todos sus alrededores como si de su amada se tratara. “No me olvides, queridiña” le dice, al final del poema, a su tierra. Es puro sentimiento, mucha hondura, y saber convertir la tristeza y la morriña en alta literatura, hasta llegar a adquirir aires de verdadera elegía: “Adiós ríos, adiós fuentes / adiós regatos pequeños”,
Acompáñame a descubrir y disfrutar de los inicios increíbles de tres romances: “El romance de la casada infiel” de Lorca. Pareciera que el poeta tiene tanta prisa en relatarnos la historia que se come el primer verso y comienza de esta forma tan inquietante: “Y que yo me la llevé al río”, que es el que correspondería al segundo verso, así lo atestigua la rima, y abre la puerta de par en par para entrar en acción.
El Romance del prisionero que comienza de forma similar: “Que por mayo era por mayo” del que podría decirse perfectamente lo que algunos dicen de algunas buenas canciones que encierran toda una historia. En este caso es imposible decir tanto en tan poco, solo en 16 versos. Ese comienzo con “que”, tan insípido, tiene el mismo significado que en Lorca, adentrarnos rápidamente en la historia que se nos quiere contar, tan sabrosa, profunda y desgarradora.
Y en tercer lugar la famosa letrilla de Góngora: “Que se nos va la Pascua, mozas”, que enlaza con el famoso Carpe diem, y como es tan breve la vida y la Pascua se va con tanta rapidez, precisamente por ello, urge darse prisa y no andarse con rodeos despistándose. Que se nos vaaa...
Y más y más y más al estilo de “dejadme llorar, orillas del mar”.
... Y no se me ocurre nada mejor que escuchar a Joaquín Díaz en el Romance del prisionero: https://youtu.be/ua286AmvODo

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias por tu comentario Angel 🙏