viernes, 28 de junio de 2019

¡QUÉ PLACIDEZ, SANTO CIELO!


¡Qué inmensa paz y qué dulzura y calma más infinitas! En medio de todo el fragor de la vida, en momentos llena de “ruido y furia”, se agradece tanto como muchas de las melodías de Mozart o los nocturnos de Chopin.
Están seguras porque su hombre ¿marido y padre? se dedica a restañar las heridas del tejado, y ambos, hombre y tejado, son su mejor cobijo. Todo en ellas es serenidad, armonía y gran paz.
La madre duerme con una enorme placidez, pero la niña, y no es tan niña, está en el mejor de los cielos posibles, en una postura similar a las de las niñas del pintor Balthus, que decía de sus pinturas de adolescentes: "Las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad... Lo morboso se encuentra en otro lado... Lo que siempre deseé pintar es el secreto del alma y la tensión oscura y a la vez luminosa de su capullo sin abrir aún del todo”. Pues eso mismo se trasluce en esa niña casi adolescente. La escultura, la pintura, la música y la literatura nos trasladan a otra dimensión en donde los sentidos y el alma flotan en un mar de luz y ensueño. Estas esculturas dan fe de ello.
Y están descalzas, y ligeras de equipaje, porque para volar alto y traspasar los sueños más hermosos no se necesita calzado alguno. Solo dejarse llevar y no pisar el áspero suelo que hiere y daña a veces hasta el alma y los suspiros.
Me quedo con ellas un rato y con la Sonata para piano Nº 11, K 331, Maria João Pires, de Mozart, de fondo, y siento por dentro y por fuera cómo se van serenando la tarde y mi espíritu.

No hay comentarios: