lunes, 24 de junio de 2019

SOMOS LENGUAJE Y ESTAMOS HECHOS DE PALABRAS


He escrito más de una vez sobre las palabras que matan, o casi, de las que sanan y nos salvan y nos hacen la vida más llevadera y feliz. Y habrá que seguir escribiendo sobre ellas, nunca se terminará de decir todo cuanto les debemos, porque sin ellas nos convertimos en poca cosa, perdidos en un solo punto, que así quedan los que se quedan sin memoria y sin palabras, aislados en una isla deshabitada y cuando nos miran no sabemos si es a nosotros o al infinito mundo de la nada. Esta vez me servirá de guía María Zambrano, que dice esto tan sustancioso:
“Las palabras se envanecen con facilidad. Las palabras se endurecen, se anquilosan, se traicionan a sí mismas. Cuando lo hacen, entonces, dejan de servir porque el ser humano necesita palabras vivas, palabras entrañables, palabras seminales, palabras medicinales, palabras visionarias. Palabras que ensanchen el mundo a medida que avanzan por él. Hay que salvar las palabras, porque sin ellas ninguno de nosotros se salvará”.
No puedo por menos de quedarme entre estas palabras y alargar a mi aire el discurso:
Las palabras se envanecen con facilidad, como todos los fanfarrones que se extienden por el mundo y la mala hierba, mirándose el ombligo de arriba abajo, de perfil, por detrás y por delante, yo y solo yo, fatuo rey sol, idéntico al verdadero y fatuo Rey que se creía con más luz que el mismo sol.
Las palabras se endurecen, ay, como piedras, perdiendo el don de la caricia, la ternura, el mimo, la risa compartida, convirtiendo a quien así las usa en un pedernal de dureza y frío que hiere, congela y genera muerte. Toda la colección de insultos y descalificaciones tendría aquí su asiento. Las de estos últimos días: las vomitivas palabras de VOX, que son, en un Estado de Derecho, de Juzgado de Guardia.
Las palabras se anquilosan cuando se usan siempre igual, y se repiten como papagayos, sin saber de su color, su calor, su textura, como el sacristán de León Felipe que dice los mismos rezos, ajeno a todo cuanto las oraciones predican. Anquilosadas ya ni cuentan ni cantan ni sorprenden, que es el gran significado y sentido de las palabras en constante renovación y cambio, es su grandeza como el agua que corre y danza por el río, siempre nueva y distinta, nunca la misma, como nos lo dijeron bien claro y para siempre los clásicos: "Nadie se baña en el río dos veces, porque todo cambia en el río y en el que se baña", Heráclito.
Se traicionan a sí mismas porque no dicen su verdad y logran un mundo inhóspito hecho de mentira y cinismo. Es el el territorio del “hombre lobo para el hombre”.
En contra y en positivo urge que busquemos esas palabras que a todos nos salvan: palabras vivas, palabras entrañables, palabras seminales, palabras medicinales, palabras visionarias, como nos enseña nuestra gran pensadora española.
Yo pondría, sobre la mesa, casi como juego, algunas, para que tú te animes a pensar en las más tuyas:
Palabras vivas: amanece, lluvia, ventana...
Palabras entrañables: ternura, madre, compasión...
Palabras seminales: sementera, padre, entusiasmo, pasión...
Palabras medicinales: abrazo, calidez, delicadeza, vergüenza...
Palabras visionarias: futuro, arcoíris, duermevela...
Y desde luego las palabras generadoras: que encierran en sí un río grande, una montaña inmensa y todo un universo, como: palabras aliento, palabras río, palabras madre... y padre, palabras cuna, palabras coraje, palabras despertar, palabras libro, palabras bosque, palabras mujer, palabras amigo, palabras jardín, palabras compromiso, palabras entusiasmo…
Hay que salvar las palabras, porque salvándolas nos estamos salvando nosotros. Sí, “necesitamos unas pocas palabras verdaderas”, así termina Luis García Montero en su último libro de versos y prosa “Las palabras rotas”, siguiendo la estela de Machado. Sin olvidar que somos lenguaje como nos enseña el sabio profesor Emilio Lledó.

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