lunes, 11 de febrero de 2019

TARDES DE DOMINGO


¿Qué tendrán las tardes de los domingos para ser tan insoportablemente aburridas, solitarias, grises y tan acabadas, que nadie da un céntimo por ellas?
Me ha pasado más veces, de estar gran parte del día, o de la mañana, sobre todo si estoy en el gimnasio y, como me aburro mucho, lo salvo dándole vueltas al coco, que después de estar pensando en el color y la poca calidez, esta vez, de las tardes de los domingos, al tomar el libro de Enrique Vila-Matas “París no se acaba nunca” que estoy leyendo, me detengo en el capítulo 57 que habla precisamente de las tardes de los domingos: “Los domingos por la tarde me quedaba siempre muy solo”. Describe el escritor a la gente extraña deambulando por la calle, visitantes de fuera aburridos mirando los escaparates, la infelicidad apoderándose de él, esperando el lunes para recuperar cierta normalidad, pensando la frase de Jules Renard: “La vida es corta, y aun así nos aburrimos”, viendo nevar sobre París de forma monótona e insufrible y le lleva al pensamiento de alguien que en esas circunstancias pensó en lo monótona que sería la nieve si Dios no hubiera creado los cuervos...
Sí, excesiva monotonía gris la de las tardes de los domingos y nadie sabe, creo yo, por qué tienen tan pocos alicientes. Pareciera que se trata a toda costa de llenar como sea el tiempo: ir al cine, visitar enfermos en el hospital, a un familiar que hace mucho tiempo no se ve, un largo café con la compañía de siempre... ¿Será que estamos de vuelta? ¿El final del tan esperado fin de semana? ¿La vuelta a la noria de siempre? ¿Tener que pensar que mañana es lunes, precisamente, y tan lejano como una cuaresma el próximo fin de semana para seguir planeando y soñando? Lo cierto es que en las mismas calles se advierte la soledad y el peso de una vida huérfana. Nada tiene que ver con la mañana del lunes, y no digamos las tardes de los viernes y las mañanas de los sábados en donde el pueblo, la ciudad y sus barrios cobran un aire totalmente diferente, mucho más alegre y de dulce ajetreo. El domingo que, en otras épocas, se veía como el día de fiesta de la semana, santificado, para recreo y solaz del alma y del cuerpo, hoy, principalmente la tarde, poco tiene de feliz y santo, más bien de un paréntesis aburrido y solitario, con el deseo de que pase cuanto antes. Algo habría que hacer, pero no sé qué, la verdad. Constato, sin más, el hecho o las apariencias.
Nota no tan al margen: He comenzado a leer el extenso libro -700 páginas- “La tentación del fracaso”, los diarios del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro y en la primera página leo: “Horroroso domingo este. He conocido el aburrimiento en todo su esplendor... Una estúpida tranquilidad dominguera”. Me da que con este libro en las manos muchas tardes aburridas de domingo serían bien distintas.

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