sábado, 22 de diciembre de 2018

EMPATÍA ANTE EL DOLOR HUMANO


El gran escritor inglés, Graham Greene, en uno de sus libros de artículos de prensa, recuerda que cuando era joven y fue operado de apendicitis, vio a una madre con su bebé muerto en brazos y cómo todos los internos del ala del hospital en donde estaban se pusieron tapones de cera para aislarse en su mundo, mientras que el escritor la contempló y la escuchó con todos los sentidos puestos en lo que estaña viendo y oyendo, y se equivocó al sacar la conclusión de que se consideraba un completo egoísta por lo que hizo, porque el egoísmo del que se acusaba era en realidad una poderosa y ejemplar empatía ante el dolor humano.
Es curioso, pero cuando aflora el ser que no saca pecho, ni se siente mejor que nadie, ni se ve ejemplo de los demás y no da importancia a virtudes ejemplares que duermen y se activan ante situaciones que están pidiendo cercanía o piedad o compasión o una lágrima, si fuera preciso, o una sonrisa complaciente..., todo ello, en verdad, es lo que nos salva y lo que mejora el universo, comenzando por el entorno chiquito que nos rodea.
Porque lo que brota espontáneamente es ponerse tapones en los oídos para no escuchar el lamento y el dolor ajeno: por la caridad entra la peste, quién te manda meterte en camisa de once varas, ande yo caliente y ríase la gente, ya somos muchos (pensando en los emigrantes)..., son expresiones populares que han hecho nido en nuestros cabellos y no resulta fácil desecharlos y eliminarlos de una biografía propia y característica de un ciudadano ejemplar y buena gente. Y a tanto llega el agua del desentenderse que hasta huimos como de la peste de películas, libros y espectáculos en general que nos planteen problemas y la realidad más cruda, bastante tenemos con lo que la vida nos trae a derecho, pero que resulta ser lo más torcido, nos decimos, y nos convencernos a nosotros mismos para evadirnos como la mejor de las salidas y la más cómoda respuesta a no mirar a la cara las desgracias propias y no digamos las ajenas.
Y nos equivocamos, naturalmente, cuando pensamos que hacemos el tonto prestando atención y que de nada sirve escuchar toda clase de lamentos contemplando en silencio la multitud de desgracias que nos rodean.
Y erraríamos pensando que acercarnos a los otros, abiertos todos los sentidos, incluida el alma, puede ser fruto del egoísmo que nos invade, siendo el camino de todo lo contrario: hacer que el yo entre en el círculo del otro. Lo dice maravillosamente la poeta y escritora Chantal Maillard, con un paso más allá: “Es preciso desplazar al yo en cierta medida para que quepan dentro del cerco: mi vida, mi pareja, mi familia, mi grupo, mi país, mi especie, mi planeta, mi universo”.
Sí, no hay como hacerse niño -puro sentimiento- y payaso -puro y hermoso disparate- para entrar en el niño y la niña que sufren y acompañarlos en su doloroso viaje. En estos días de Navidad y en el resto del año. Felices Fiestas.

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