martes, 16 de octubre de 2018

SOMOS LA ROPA QUE LLEVAMOS



La escritora canadiense, Margaret Atwood, hace decir a un personaje de uno de sus relatos, que resucita a través de la ropa, y tanto es así que le resulta imposible saber lo que hizo en el pasado o lo que le sucedió a no ser que recuerde lo que llevaba puesto, de forma que cuando quiere visualizar algo de sus etapas vividas anteriormente se vale de los fragmentos de algodón o de lana que llevaran sus vestidos.
Somos lo que llevamos puesto y lo que nos ha abrigado a lo largo de los años. Somos igualmente las casas que hemos habitado, que tanto se han pegado a nuestra piel, de forma que cuando nos desprendemos para siempre de alguna prenda de vestir o abandonamos alguna de las casas en que hemos vivido es como si quedáramos desnudos y a la intemperie un tiempo. Por eso es una tragedia terrible que te lleve la casa un huracán. ¿Cómo no recordar aquella primera camisa haciendo juego con el pantalón corto de nuestra primera infancia, o el primer abrigo del que tenemos memoria y la gabardina de la primera juventud, o de la blusa que se te pegó como una lapa durante, nadie sabe los años? ¿Cómo no soñar, me decía un buen amigo, cura secularizado, después de muchos años, saliendo de nuevo por la calle en sotana, hasta que mirándose, se daba cuenta de que estaba haciendo el ridículo? Y a medida de ir progresando económicamente, poder alegrar la vista con el armario repleto de camisas, corbatas, pantalones, chaquetas, y hasta dos trajes que puedes contar con los dedos de las manos las veces que te los has puesto en fechas señaladas, casi todas, de bodas, bautizos y similares. Y no solo el traje o el vestido de comunión, que también, sino aquello que llevabas puesto en cada etapa de la vida y en cada uno de sus momentos particulares. ¿Quién no recuerda alguna prenda especial, una larga lista de camisas, jerséis, zapatos, tanto de los que hacían daño como de los que se adaptaban al pie tan felizmente que no te dabas cuenta de ir calzado, o aquella pulsera, regalo de alguien de grato recuerdo, o el collar que, aunque no era de perlas, daba el cante, o el abrigo que era el mejor de los cobijos y fantástico antídoto contra el viento y las heladas de enero, o la ropa interior que se pegaba fielmente a la piel como una caricia? Y al hacer recuento y recuerdo sutil pasas lista desde la escasez en tiempos de austeridad a la abundancia, acaso en exceso, en donde ya no hay sitio en los armarios ni en las estanterías de los libros, y la casa, por muy grande que sea, se queda chiquita y abarrotada.
Nota no tan al margen: La investigadora de la Universidad de Hertfordshire (Inglaterra) Karen Pine asegura que la ropa que llevamos cambia nuestra manera de pensar y de percibirnos a nosotros mismos. Así, llevar una camiseta de Superman te hace sentir más fuerte; un examen de matemáticas sale mejor con un suéter que con un bañador; y llevar una bata blanca mejora tu agilidad mental. Ya lo ves, y lo dice alguien que no es una cualquiera, porque estamos ante una profesora, Karen Pine, que ha investigado sobre el tema en cuestión.

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