sábado, 29 de septiembre de 2018

¿DEJAR LA MENTE A LA PUERTA?


Cita Ismael Grasa, en su tan breve como interesante libro “La hazaña secreta”, a Christopher Hitchens, aunque de paso, permitidme, amables lectoras y lectores, una digresión, porque me parece que prácticamente todas las citas que pone al final de cada breve capítulo no vienen muy a cuento, aunque cite como Dios manda, entrecomillando y dando el nombre del autor. Da la sensación de que están puestas al azar, un poco a voleo. Las citas, a mí personalmente, me sirven, como impulso, inspiración, para enhebrar mi propio discurso, o bien, como argumento de autoridad en el que me gusta apoyar. Curiosamente, en este libro, aunque son muy buenas no vienen a cuento, insisto. Van de otra cosa. Curioso, ¿no? Bien es verdad que cada uno es cada cual con sus singularidades. Pero las hay que sorprenden y desconciertan. No obstante en honor a la verdad tiene pensamientos brillantes y las citas son, en general, muy buenas.
Ya. Esta es la cita que me he apropiado, pero bien citada, ¡ojo!: “Dejen en la puerta los zapatos y la mente”, que Christopher Hitchens encuentra en un letrero a la entrada de una carpa en donde predicaba el gurú indio, Bhaghwan. “Este letrero, comenta el escritor y polemista inglés, jamás dejaba de irritarme. Junto a él había una pila de zapatos y sandalias, y en mi trascendente condición pude casi imaginar un montón de mentes abandonadas y vacías alrededor de esta breve sentencia literalmente descerebrada”. ¡Qué horror! Dejar a la puerta los zapatos: por rito, por costumbre, por limpieza, todavía, pero ¿dejar la mente? y ¿con qué intención? ¿Para que pueda llenarla el santón de turno? ¿Para que nadie pueda respetar, admirar y valorar lo que todo dios lleva dentro y en lo más alto de sí mismo? Por muy excelso, y es mucho decir, que pudiera ser su sermón, no es de recibo obligar a que se deje la mente en la puerta de entrada. Eso quisieran todos los dogmáticos que en el mundo han sido, desde la religión a la política y muchos medios de comunicación y tertulianos, para anular todo pensamiento personal y crítico al que temen como al fuego. Y, está claro, que sin pensamiento personal y crítico y la mente “bien amueblada” y en su sitio, los humanos perdemos lo más valioso y lo que nos colocó en la mayor de las alturas posibles y en el territorio más envidiable de la creación: ser creadores, ser autodidactas, en gran medida, y autónomos.
Ya sabes, todo menos dejar la mente a la puerta, como si se tratara del paraguas o del sombrero, que se quita y se pone a merced del mejor postor. Si nos quieren, que acepten toda nuestra integridad, todo cuanto hemos ido puliendo, corrigiendo y trabajando para llegar a ser lo que somos, y más todavía, para que podamos, en gran medida enderezarles a ellos, que todos, los de arriba, los de abajo y los de en medio, incluidos los gurús, necesitamos las lecciones de los demás, su punto de vista y su apoyo en toda ascensión que se precie. Ya decía en el siglo IV antes de C., Hipócrates: «Los hombres deberían saber que del cerebro y nada más que del cerebro vienen las alegrías, el placer, la risa, el ocio, las penas, el dolor, el abatimiento y las lamentaciones». ¿Cómo desprendernos de nuestra mente, esa guía humilde, pero fabulosa, antes de entrar en cualquier recinto por muy sagrado que sea, en el caso de que lo sea?

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