sábado, 11 de agosto de 2018

LA PROFUNDIDAD DE UN CHARCO


Me encanta, en el primer momento de leerlo, y aun así, voy a intentar un más difícil todavía: darle la vuelta, porque de no hacerlo me llevaría por derroteros que no quiero. Todos, incluidos tú y yo, deberíamos encontrar tiempo y ganas para explicarle a un charco, o a un tonto, o a un mediocre, o al listo que se las sabe todas, qué es la profundidad. Y el charco, por muy diminuto y superficial que sea, y los hay, como quienes poseen muchos estudios, saberes, propiedades y una larga lista de títulos, pueden en su pequeñez o en su grandeza asomarse, desde lo que son, para ver que hasta en una gota de agua se esconde la esencia del mar. “La gota es un modelo de concisión: / todo el universo / encerrado en un punto de agua”, comienza así su poema, dedicado a la gota, José Emilio Pacheco.
Está meridianamente claro: un charco posee todas las cartas para poder ganar la partida, quién, si no, va a entender mejor que un poquito de agua la inmensidad y la profundidad de un océano, si en él se encierra parte de la inmensidad y la profundidad del mar. Se quejaba una ola entristecida en el estupendo libro de Mitch Albom “Martes con mi viejo profesor” porque estaba a punto de romperse y deshacerse. Hasta que otra ola le hizo saber lo profundo de su existencia. “Tú no eres una ola, formas parte del mar. Parte del mar, las olas, y nosotros, parte del mundo”. Pues eso, todas las cosas de este mundo y todos los seres por muy insignificantes que seamos formamos parte de este inmenso universo y nada se pierde, sino que se gana mucho en explicar esto. Se pierde todo si creemos que perdemos tiempo, ganas y dinero en explicar a un niño que puede llegar a lo máximo, y que quien sabe hablar puede aprender a expresarse mucho mejor, y si quiere y se esfuerza, y hasta lograr escritos muy dignos; que aunque el oído le falle puede perfectamente formar parte de una gran coral; y quien tiene dos manos: coser, lavar, limpiar, planchar, hacer los mejores guisos y las tartas más deliciosas, y así sucesivamente. Si Mozart no hubiera tenido desde que nació un ambiente musical, un piano a su disposición y unos padres que supieron ver lo que se escondía en aquel diminuto enano no hubiera llegado, acaso, a nada. Y llegó a donde llegó.
Lo que pasa es que las apariencias nos engañan y despreciamos lo que a primera vista es poca cosa, algo insignificante, un poco mostrenco, un tanto inútil, sin saber lo que se esconde, ni intuir hasta dónde puede llegar a ser, o despreciando, lo que es peor, todo aquello que nos parece poco, pequeño y sin valor alguno, desconociendo lo más elemental: que antes de ser árbol gigantesco, fue una semilla diminuta o un simple esqueje, que grandes sabios fueron malos estudiantes y suspendieron más de una asignatura y así hasta el infinito.
Y no olvidemos que en un charco pueden verse las estrellas, que un animal sediento puede saciar su sed en él, y que en el alumno de primero de primaria se esconde el genio que puede llegar a ser. Por no hablar de la profundidad increíble que ha logrado con su cámara nuestro gran amigo Enrique Salas.
¿Explicar a un charco lo que es la profundidad? Pues claro, ¿a quién si no? No es bueno olvidar que en todo ser humano hay algún germen de enormes posibilidades y no pocas potencialidades dormidas.

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