martes, 7 de agosto de 2018

DEBAJO DE LAS OLAS


A veces la curiosidad nos mata. Creíamos que debajo de las olas se esconden todos los tesoros de la vida y la vista se nos ciega ante el espectáculo atroz que contemplamos un tanto horrorizados.
El chaval ha levantado la tapa del mar llevado por su natural curiosidad, eso se lleva en las sangre de los pocos años, se ha encontrado un basurero y no se ha dado de bruces con el cementerio porque este se halla perdido en los estómagos de los peces, entre el polvo, la ceniza y el olvido. Lo último: un cachalote hallado en una playa de Murcia, muerto, con todo el aparato digestivo lleno de plástico: se encontraron 29 kilos de bolsas de plástico y un bidón.
Uno no se puede fiar, a estas alturas de la vida, ni de la sombra más beneficiosa, porque quién sabe qué se esconde detrás.
Y nos va la vida fiarnos, seguir con la curiosidad aquella de nuestra niñez, ser confiados y curiosos van de la mano bien avenidos, porque no todo es así y el mundo no desciende a toda velocidad por un despeñadero, como sospechan y amenazan los apocalípticos y agoreros de todos los tiempos que abundan como setas. Con su pan se lo coman.
Así que al niño de la imagen (y al que va siempre con nosotros) habrá que decirle que siga levantando alfombras, que no le tenga miedo a las vergüenzas que vaya descubriendo, es así la vida, siempre fue así la naturaleza, madre y madrastra; que si debajo de la piel de los mejores se esconden vidas paralelas, ni te cuento en la de los de peor calaña; porque, a buen seguro, debajo de todas las apariencias se siguen escondiendo miles de tesoros. Y no hay que desanimarse, debemos actuar como el primer día de la creación, todo recién salido del horno, sabiendo que a la vuelta del jardín de todas las delicias, creyendo encontrar el más bello nido, nos damos de bruces con un territorio plagado de serpientes venenosas, cucarachas gigantes, piojos del tamaño de un elefante. Uno se despierta de buen grado y se tropieza con el dinosaurio de Monterroso, que todavía sigue allí y no sabe hasta cuándo. Cierto. Pero al lado mismo está todo el resto, y el resto del Edén es inmenso, diríase que, sin ambages y sin exagerar lo más mínimo, infinito. Una de cal y otra de arena, que así es la vida, y si te dejas cegar por lo primero que encuentras debajo de la primera ola te estás perdiendo la belleza y grandiosidad de los mares del sur y de los otros puntos cardinales. La belleza está para el primer postor que llega y casi siempre es gratuita. Los paraísos, por fortuna, no se los llevó el diablo, que a estas alturas de la película no creen ni los papas, al menos los del futuro, con seguridad, por lo que vamos viendo.
Sigue chaval, tú no necesitas volver al mayo francés para ver el mar debajo de los adoquines, está ahí, un poco más a la derecha o a la izquierda. Sigue de las manos de la audacia, la curiosidad y hasta de la confianza. Encontrarás adoquines, los hay por docenas, pero no dudes que aún existen por millares gente buena, lúcida, audaz y dispuesta a cambiar el rumbo de las cosas y hasta de lograr que algún día no haya más basureros ni cementerios debajo de las olas y la playa.

Nota no tan al margen: Como habrás podido observar, podría haber tirado por la calle adelante, no viendo más que horror y porquería, pero, sin soslayarlo, he preferido irme un poco de parranda. Pero sí, urge luchar contra el basurero de los mares y sus cementerios y no olvidarlos.

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