sábado, 21 de julio de 2018

MIENTRAS NOS HACEMOS VIEJOS MÁS SE AMA LA VIDA


Mi artículo de hoy glosa tres estupendas perlas:
- Primera perla. Mientras leo y subrayo me da tiempo a deleitarme con el encuentro de estos pensamientos que podemos llamar, sin rubor, auténticas perlas: Cuenta Paul Auster en su libro de memorias Diario de Invierno que su amigo el famoso actor Jean-Louis Trintignant le dijo con inesperada seriedad: “Paul, quiero decirte una cosa. A los 57, me encontraba viejo. Ahora, a los 74, me siento mucho más joven que entonces”. Me gusta que alguien diga esto y le entiendo, más aún, yo, creo que por fortuna, nunca me he sentido viejo, ni a los 57, ni a los 79, más todavía, vengo diciendo últimamente que mis mejores décadas en muchas cosas, muy valiosas para cualquier mortal, han sido la de los 50, los 60 y la que está siendo, esta que va dando a su fin, la de los 70. Es mi confesión, y te aseguro que es sincera.
- Segunda. Leo, en una novela que no me ha convencido, y a pesar de ello, he encontrado una perla muy jugosa: “Cuando nos hacemos viejos y perdemos la memoria, nos damos cuenta de lo que menos importa es el tiempo, porque los viejos vivimos lo que elegimos recordar. La vejez es elegir los momentos en los que queremos vivir, darnos cuenta de que todos, antes o después, elegimos lo que emociona. Eso es lo que nos hace iguales. Y humanos. Lo otro es solo tiempo. Está hueco”. “Un amor” de Alejandro Palomas, Premio Nadal de Novela 2018.
Quizá envejecer no sea otra cosa que escoger los tiempos en lo que quieres permanecer más tiempo, algo que nos regala la memoria, Y escogemos donde más a gusto estamos, lo que nos emociona, lo que trae lo mejor de lo vivido, la imagen de los personajes más excelsos y las escenas más sustanciosas y significativas.
La tercera perla encierra unos preciosos y profundos versos del gran escritor Stefan Sweig, que vuelve, una y otra vez, en calidad del clásico que siempre ha sido:
“La mirada nunca brilla más
que cuando la encienden las últimas luces.
Nunca se ama más la vida
que a la sombra de tener que abandonarla”.
Es difícil encontrar una mirada más profunda y transparente que las de muchos viejos, aquellos que te penetran con su mirar y tardas en leer sus mensajes, porque son infinitos. Y brilla más porque a su alrededor se apagan muchas luces y se encienden no pocas sombras. Y sobre todo porque cuando va llegando la última estación, la vida es mucho más apetecible, infinitamente más sabrosa y dado que es cuando más aprisa va, es cuando quieres apurarla más hasta el fondo. Es al comienzo del otoño de la vida, como en el mismo otoño, cuando aparecen y estallan los más vivos colores en todo su esplendor.

Nota no tan al margen: Sepa usted, mi querida señorina, mi joven amigo, y no es por querer amargaros vuestra juventud, sino para que os lo toméis en serio, pues se comienza a envejecer a partir de los veinte y pocos, y para que cuanto antes vayáis entrando por la senda de la madurez.

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