sábado, 26 de mayo de 2018

NIÑOS A LA INTEMPERIE


Me deslumbra el lenguaje de los niños y sus gestos, me seducen sus risas y su manera de ir por la vida de charco en charco, qué tendrán estos para que les seduzcan también a ellos de esa manera tan irresistible. Me hunden en la miseria, como a ti, cuando veo una imagen como esta: un niño rendido por el sueño, tumbado en el suelo y de almohada esa piedra dura como toda piedra y además negruzca, aunque tan rendido está que duerme como los ángeles, menos más que en el sueño y en la muerte nos igualamos unos y otros, todos sin contemplación. Algo es algo, al menos existen dos mundos donde no reina la desigualdad, la injusticia y este desorden monumental que hemos creado y que muchos se sienten en él tan felices.
Leía hace días, no recuerdo dónde, que los valores de la piedad y la compasión se nos estaban yendo de las manos, si no se habían ido ya, y que no son virtudes en alza, sino más bien todo lo contrario, y me da mucha pena, porque siempre he creído que deberían ser lo que nos puede salvar en un mundo áspero y gélido, a falta de la más mínima sensibilidad, absolutamente necesaria para no morir de asco, de frío, de intolerancia y odio al diferente pobre de necesidad, porque si es rico cae bien.
Vuelvo, una vez más, al poema tan magistral como doliente: El niño yuntero, de Miguel Hernández:
“Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina”,
¡Cómo no van a dolernos estos niños, carne de cañón de todas las guerras -en la actualidad en Siria, por millares- y de todas las hambres y revolver el alma con la textura de cada cual, sea como sea! Y ¡cómo no hacernos la misma pregunta que se hacía el poeta de Orihuela:
“¿Quién salvará este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?”
No sé cuál será o está siendo nuestra respuesta. Miguel Hernández lo tenía claro en el caso del niño yuntero. Hoy, ante un mundo mucho más complejo y más universal, tendría que ser, acaso, diferente, o no tanto, quizá en la misma dirección: de los jornaleros, entonces, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros, y hoy de los hombres de abajo que antes de ser hombres son y han sido niños que tienen para dormir el suelo y de almohada una miserable y dura piedra que rompe los tiernos huesos del alma. Porque no veo que otros les saquen de esa terrible situación. ¡Se duerme demasiado bien en camas mullidas y suaves almohadas! ¡Ay! Ojalá se revuelvan y nosotros no les pongamos palos en las ruedas. Ojalá se logre entre todos un futuro más esperanzador, humano y justo ante su futuro nada halagüeño. Ojalá se aliaran con ellos países enteros, líderes -los primeros para ir en la manifestación- hombres y mujeres de toda índole y condición, pero buena gente, la mejor, ojalá. Porque está claro que si no lo solucionamos nosotros no hay Dioses que lo arreglen.

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