martes, 15 de mayo de 2018

LA LLUVIA AMARILLA DE LAS FOTOS


En el último capítulo, la protagonista de la novela de Margaret Atwood, “Desorden moral”, Nell, de 60 años, se va a cuidar a sus padres, que andan por los 90. El padre muere y su madre vive unos años más, al final medio ciega, casi sorda, va perdiendo de forma acelerada la memoria. Un buen día saca una gran caja de fotos, olvidada en un armario, e intenta recordar, al principio a dúo, las historias que hay detrás de cada fotografía. Al final, cuando la madre ha perdido totalmente la memoria (lo último fue la sonrisa, aunque fuera como acto reflejo ante el espejo del otro, eso mismo hace mi hermana Lola, ay) Nell continúa con el juego y va inventándose las historias o recordándolas tal y como se las contaba su madre.
Me ha parecido un espléndido ejercicio para el taller de creación literaria y como quiera que sea, que lo es, de alguna forma toda lectura tiene algo de taller, sobre todo cuando la lectura es activa, reposada y pasa de los labios al fondo de la mente, la memoria y la imaginación creadora, se me ocurre no solo ponerlo como tarea para mis talleres, sino recomendarte, cuando lo tengas a bien y no tengas otra cosa mejor que hacer, imitar a Nell. Ya lo hacemos de vez en cuando, pero ahora sería añadiendo un plus: recrearse en historias verídicas o inventadas y jugar con los tiempos de los personajes a ritmo de tango.
¡Cuántos recuerdos galopando veloces por los entresijos de la mente, cuando se da marcha atrás, de la mano de esas fotografías que teníamos olvidadas, o hace mucho tiempo que no les echábamos una mirada y no le dedicábamos un tiempo que puede devenir en un tiempo fecundo y fascinante, porque detrás de cada imagen hay tanta tela que cortar que necesitaríamos tardes enteras para hilvanar muchos trozos de vida que parece que se fueron del todo y están ahí agazapados recien-oliendo a frescos. Importa mucho poner en marcha la memoria, la imaginación y todos los sentidos.
Con solo un par de las fotos típicas de la escuela podríamos enhebrar todo un diario escolar con los detalles más pintorescos, aquellas manías, repeticiones mil y más de un tic de los maestros, las primeras picias con los compañeros de pupitre y los juegos con los amigos íntimos de todos los recreos, más todo lo que se iba aprendiendo y desaprendiendo; la foto impagable de la primera comunión te llevará a dudar, como entonces, que aquel día no fue precisamente el más feliz de tu vida; si eres hombre y fuiste a la mili, esas con el pelo a cero sacando pecho y con ganas de comerte el mundo, aunque pocas roscas te comieras, pero con esa pequeña ayuda darían de sí para hablar por los codos de las putadas que te hicieron los de arriba, los de en medio y los de más abajo sin saber nunca de qué te sirvió tanto ardor guerrero; y las bodas, y la primera vez que viste el mar y subiste al tren y al avión... Sí, sí, detrás de cada una está tu vida y la de los más tuyos. Y no solo es nostalgia de un ayer que ya pasó a mejor vida, es el aliento cálido que te llega como saludo, media sonrisa de lo que fue o pudo haber sido con solo torcer a la derecha o a la izquierda, elegir otros amigos, otros caminos y correr otras aventuras un pelín diferentes.
Julio Llamazares tituló una de sus mejores novelas: “La lluvia amarilla”, a su sombra y bajo su luz podríamos escribir largos relatos de la lluvia amarilla que se ha ido posando sobre nuestros recuerdos y sobre las fotos que nos los traen y que han ido perdiendo el color original para coger una pátina rematada por el paso del tiempo.

No hay comentarios: