miércoles, 28 de febrero de 2018

LOS GENIOS NUNCA SE VAN DEL TODO


Como la sombra de los genios no muere nunca y es tan alargada que no acabamos de recorrerla jamás, tendremos para rato el recuerdo de Forges en sus forgendros y en sus viñetas, que nos salvan en momentos de inopia, inoperancia y torpes modales.
Y esta la clavó, como la inmensa mayoría de sus viñetas.
Porque ¿cómo se nos ocurre esa locura de pensar, a pesar de que ya nos dijera Kant que debíamos atrevernos a ello, con la que está cayendo y el miedo que dan a mucha gente las ideas frescas, nuevas, originales y propias?
Porque, cuando hay tantos que le tienen miedo a la libertad, como nos enseñara Fromm, y al pensamiento libre, leve o radical, ¿cómo salirse del rebaño que tan maravillosamente nos ha construido esta sociedad en manos de unos cuantos con todos los poderes del mundo y uno más?
Porque ¿cómo atreverse a pensar por propia cuenta, cuando estamos dando marcha atrás con leyes como la de La Mordaza, en vigor pleno y duro, que te puede liquidar, retirar un libro que lleva tres años en la calle, meterte en prisión por unas canciones, acaso de mal gusto, pero no vamos a encarcelar a los millones que se levantan cada mañana con el peor de los gustos habidos y por haber o exponer unos cuadros sin el permiso de la Santa Inquisición?
Porque, ¿qué haremos sin ti, Antonio Fraguas, Forges para todos, ahora que estamos más solos que la una y huérfanos de lucidez, ternura y media risa, que es lo que nos regalabas cada mañana en cantidades industriales?
Y con locura o sin locura, menos mal, el colega y compañero de Mariano de la viñeta no suelta el libro, porque este es uno de los más valiosos y mejores instrumentos para comenzar a pensar y continuar pensando hasta que nos cierren los ojos. ¡Cómo soltarlo!
Y, por fortuna, si queremos ser libres y dueños de nuestro destino y de nuestro camino no tenemos otra que seguir a los mejores, los más libres, los más lúcidos y atrevidos de la tribu, que siguen siendo maestros más allá de sus cenizas y su polvo.
Y, aunque te llamen loco, “no dejes que termine el día sin haber crecido un poco”, como nos enseñó Whitman, él se refería lógicamente al crecimiento del cerebro y del corazón; “ni permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas”, que solo se logra si hacemos del pensamiento la sede central de nuestra biografía. Con Forges crecíamos y seguimos creciendo.
Y para terminar nada mejor que hacerlo con las palabras de Irene, la hija de Forges (rescatadas en el momento más solemne) que provocó la carcajada en el adiós final, cuando recordó la primera vez que de niña, al morir su abuelo, le preguntó a su padre si creía en el cielo o en el infierno: “No tengo ni idea, hija mía. Pero como llegue y no haya nadie... ¡Me van a oír!”. Pues eso, nos van oír. Gracias, maestro.

No hay comentarios: