miércoles, 24 de enero de 2018

VENTANAS CERRADAS


Amigo de ventanas abiertas, que me persiguen desde siempre, y de qué manera, acabo de encontrar una perla del gran poeta francés, Baudelaire, que me ha descubierto nuevas perspectivas al contemplar una ventana cerrada siguiendo sus indicaciones. Veamos lo que dice el maestro:
“Quien mira desde afuera a través de una ventana abierta nunca ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fértil, más tenebroso, más deslumbrante que una ventana iluminada por una vela. Lo que se puede ver al sol es siempre menos interesante que lo que ocurre detrás de un vidrio. En ese agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, sufre la vida”. Charles Baudelaire. Sigue el poeta y descubre tras las ventanas a una mujer madura, arrugada y pobre que le invita a reconstruir su historia que a veces se la cuenta a sí mismo llorando.
Me ha convencido el poeta y mago de las palabras y, en este caso, de las historias tras las ventanas en donde puede aflorar con poco esfuerzo un mundo más profundo, más misterioso, más fértil, más... luminoso, si me permite llevarle la contraria, aunque él mismo pocas líneas después selecciona este mismo adjetivo. Vamos allá por cuenta propia:
- Ha cerrado hace meses y aún no ha llegado la hora ni el día de abrirlas, pero llegará, porque está guardando el luto por un hijo que se le fue por la puerta falsa, y está esperando a que el manantial de las lágrimas se seque un día ya no lejano, pues ella siempre estuvo a favor de la vida. Y llegará radiante, le esperan su marido y otros hijos a quienes debe darlo todo.
- No hay nadie porque con el final del verano se cierran puertas y ventanas y se abre para todos un nuevo año, un nuevo curso. La casa ha quedado silenciosa, pero guardando todos los secretos y esperando con emoción contenida la llegada al comienzo de otro verano y dejar que un tiempo más se llene de risas contagiosas, idas y venidas y un no parar ocupando todos los espacios y rincones de un palpitar grato para los sentidos.
- Se han marchado todos progresivamente, hasta el último que quedaba en la aldea y el último miembro de la casa que, al perder definitivamente la memoria, le han tenido que llevar a una residencia de la capital. No hace falta más que poner el oído a la puerta o a cada una de las ventanas para escuchar las voces como el eco que retumba entre las paredes de cuanto se habló, se gritó, se lloró, se rió, se vivió. ¡Tantos gozos y tantas sombras! Mucho de todo, pues hubo mucha algazara en días de fiesta y dolor y quebranto por muertes de toda índole y condición, prematuras y acabadas, hasta que la misma casa ya no era sino un cementerio de muerte y soledad callada.
Solo hay que seguir el ejemplo del poeta: mirar detenidamente, dejar trabajar a la loca de la casa, entrar por las rendijas y los huecos más diminutos y escuchar la silencio de las cosas, las habitaciones, los objetos más queridos, fieles retratos en su día de cuanto allí palpitaba con mucha pasión. O simplemente dar marcha atrás y toparse con nuestra infancia en casa similar y tirar del hilo hasta que el ovillo marque su final. Historias para dar y tomar con capacidad para inundar de contenido generoso miles de páginas, cientos de libros si hubiera escritor dispuesto a ello. No hay paisajes humanos más hondos que los que se vislumbran tras las ventanas cerradas a cal y canto. Solo hace falta abrir las ventanas de la mente y del corazón. Las ventanas abiertas estimulan los sentidos, las ventanas cerradas la imaginación.

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