domingo, 10 de diciembre de 2017

LA MENTE TARDA MÁS EN ENVEJECER


Hace unos tres años escribí un comentario sobre esta imagen y hacía referencia a la juventud de esa mujer en sus tiempos de bailarina. Decía entonces, para que recuerdes, y yo contigo:
“Cuanto más le acosa el reúma, más sueña hacia atrás y le alegra la vida viéndose danzando a todas horas, porque el baile y la danza fueron sus ocupaciones desde su adolescencia... Cuanto más ensimismada va con su bastón en ristre más se le suben a la cabeza las imágenes que le hicieran más feliz y más aplausos recibiera. Pero cuando despierta desaparecen las sombras y exhala un suspiro que hace exclamar a cuantos la oyen, sin saber quién es y mucho menos quién fue en todo su esplendor: ¡qué pena de mujer, le quedan dos telediarios! ¡Qué pena de mostrencos, digo yo, que no saben sentarse junto a ella y compartir sus sueños!”
Pero ahora quisiera seguirle la pista a la frase que le acompaña porque encierra mucha profundidad y abre nuevos caminos. Lo decimos con harta frecuencia los que hemos cumplido algunos años, más bien muchos, porque sentimos en el alma y en el cuerpo que la vida pasa tan deprisa que vemos cómo se esfuma delante de los ojos sin remedio. Asistimos de manera continua e irremisible al deterioro del cuerpo con la rapidez del AVE, por lo que no es de extrañar que el alma, como la de esa viejecita, en absoluto envejezca, ya que en el fondo es la misma que cuando, hace nada, un suspiro, bailaba sin cesar y sin el menor de los cansancios. Ha echado marcha atrás y no deja de revivir con inusitada pasión el mismo placer que sentía en sus mejores bailes de noches largas.
A punto de cumplir los 60, los 70 y más, sientes, siento, que la mente no ha tenido aún tiempo de envejecer, por muchas averías que vaya encontrando en el camino, achaques y alifafes de todo tipo y condición porque para nada te crees esa edad, el niño y el joven que siempre van contigo te siguen y persiguen a donde quiera que vayas, con las mismas ganas de jugar o sentir el fuego de la pasión más ardiente, cuando pasa a tu lado tan siquiera la sombra de una bella mujer o el disfrute de los entresijos de un gran poema, la última película que te ha impresionado o el gozo supremo de algún escrito que te parece haber salido decentemente.
Es curioso, pero por más que formen y conformen una unidad indivisible e inseparable, cuerpo y alma caminan por las vías del tren, perfectas paralelas que cantan su ritmo y pareciera que no terminaran de encontrarse y llevar el mismo compás. Lo notas cuando descubres in fraganti la mirada de ese anciano que tienes delante, y sin ir más lejos, cuando te asomas al pozo de tu mundo de sentimientos y emociones, tus deseos más irrefrenables que no te atreves a contar más que a alguno de tus mejores amigos, que sabes que cojea del mismo pie y os entendéis antes de pronunciar una sola palabra.
Sí, por mucho que el cuerpo se llene de años y de arrugas, tu mente reverdece con la primavera, se apasiona con los soles del verano y disfruta como nunca con los frutos de la cosecha y los colores del otoño. Lo que no deja de ser apasionante.

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