domingo, 5 de noviembre de 2017

¡OYE, TÚ!


Es conocida la anécdota de la respuesta: ¡Pues anda que tú! a la simple pregunta del otro: ¡Oye, tú!, que aun cuando esta sea en exceso austera y muy escueta, no tiene por qué traducirse con doble intención, malicia, o ganas de incordiar y armarla. Puede significar nada más y nada menos que un toque de atención, el inicio de una conversación con pocos indicios, o ninguno más bien, de ser agresiva y querer buscarle las entretelas de su ánimo, deseo y voluntad, pero lo que sí está meridianamente claro es que la respuesta va dirigida a la yugular del interlocutor, pide guerra sin el menor disimulo: digas lo que digas, tú más, y si se te ocurre decir lo más mínimo de mí, yo voy a arrojarte sobre tu cabeza lo máximo, que qué te habrás creído, si todos nos conocemos, y tú el que más tiene que callar, no me dejes hablar porque necesitaría muchos días y muchas noches para contar tus tropelías, que debajo de la piel de cordero encierras una inmensa jauría de lobos, que ya no engañas a nadie, y a mí el que menos, porque te conozco, que eres un falsario y mezquino, eso está en la mente de todos cuantos te conocemos, repito: ya no engañas a nadie, a qué viene ese “oye, tú” displicente, orgulloso, despreciativo, engolado, que te sale del alma y va derecho como una piedra, qué digo, como una bala a donde más me pueda herir, no te lo soporto, ni te aguanto más y menos que vuelvas a dirigirte a mí de ese modo macarra y violento, como queriéndome buscar las vueltas, porque yo no tengo dobleces y de mí puede hablar todo el mundo como la buena gente de la que vengo y quien soy, porque no querrás comparar tu familia a la mía, y a ver si te enteras de quién es quién, sin confundirte, o tú qué te has creído, y no me calientes que no estoy para tolerar a nadie ese lenguaje y mucho menos las intenciones que se ocultan que, aunque te hagas el inocente, yo sé bien lo que yace en esa mente tan perturbadora y me atrevería a decir que insidiosa y dañina, ¿no te jode lo que me viene a decir?: “oye tú”, pues ya me has oído, que más claro imposible: “pues anda que tú”, imbécil, y no quiero seguir porque me faltarían palabras del diccionario para expresar lo que pienso y soltártelo, que te lo has ganado a pulso, habrase visto, que no puede levantarse uno con buen pie y tratar de ir a derecho por la vida, porque viene un indeseado a amagarte el día así por las buenas o a lo tonto o con ganas de hacer daño, como si no hubiera roto un plato en su vida, y ha estado a punto de romperme el alma, que si no lo ha conseguido es porque uno tiene principios y está preparado para cuantas alimañas quieran herirte, que no hay derecho a que te amarguen así la vida: “oye tú”, y ha levantado la voz como un cuchillo amenazante, como una serpiente venenosa, y hasta se ha atrevido a acompañarse de media sonrisa, que ya es el colmo, y no he tenido más remedio que intentar salir airoso y contestarle sin ánimo de pelea, el más sincero y rotundo: “pues anda que tú”.

Nota no tan al margen: Para no amargarme, siguiendo el consejo del escritor Manuel Rivas, ante un caso similar, me escapo en un haiku de Chigetsu-Ni: “Solo por ver / la nieve sobre el Fuji, / parto de viaje”. Y esta segunda cita del mismo Rivas: “El arte de vivir es el deseo de compartir, de regalar, de abrazar” y saber mirar, me atrevería a añadir.

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