domingo, 12 de noviembre de 2017

ESA MIRADA ES TODO UN MUNDO


Así miraban mis perras, Linka y Luna, y con tanta intensidad que era incapaz de retener mi mirada en las suyas. Cómo las echo de menos, hasta tal punto que me avergüenzo de no haberlas hecho mucho más caso, haberles dado más mimos, más caricias cuando se entregaban en su postura de total sumisión y total rendimiento panza arriba. Esta foto preciosa de mi amigo José Antonio Fernández Trejo me ha llevado en volandas a los mejores recuerdos con ellas, es la magia del arte, la literatura en general, la fotografía, en este caso, que, además de eternizar el momento, nos obliga a crear y recrear nuestros mundos de vivencias, pequeños o grandes fragmentos de nuestra biografía.
Está encerrado, si es que es macho, y con seguridad muy bien cuidado, como las mías, pero es el peaje que les obligamos a pagar, estar como reinas y princesas viviendo a cuerpo de rey a cambio de no poder gozar de la plena libertad del campo dejando libres sus instintos. Su mirada es un mundo pleno de tristeza, contemplando por la ventana, el otro mundo de mayor riesgo, pero mucho más abierto a la aventura y hacer su vida sin los horarios de los humanos, difíciles de entender y hasta la dulce-amarga experiencia de encontrarlo todo hecho y cronometrado, como el tener que pasarse toda la vida encerrados en tan cómodas e insufribles estancias desdichadamente perfumadas hasta el delirio. Olores y sabores a los que no acaban de acostumbrarse. Ellos están hechos de otro barro, hábitos distintos y para otro mundo, por mucho que queramos dorarles la píldora y eso que, a pesar de todo, su entrega y fidelidad es total y absoluta, que se agradece, pero que si fueran humanos tendríamos una deuda con ellos impagable y la obligación imperiosa de pedirles, mil veces, perdón. Pues eso, que la jaula más valiosa no es la jaula de oro sino la jaula vacía.
Ay, esa mirada, cómo me llega y un tanto me desconcierta, con esos acentos de nostalgia por su paraíso perdido, el de las correrías a campo abierto y monte arriba, sin correa ni dueño que le ladre, le riña o le maltrate. Esa mirada es todo un mundo y no sé descifrarla bien, porque no termino de entender su lenguaje y comprender toda la espesura de sus sagrados instintos.
Cómo me gustaría tener la pluma de Manuel Vicent: “Bajo un siroco de fuego, que nos ha visitado al final de agosto, ha muerto mi perra Linda, una cocker americana. Era pequeña, chata, muy rubia, con el flequillo sobre los ojos y debido a la gran clase que llevaba encima no necesitaba hacer ninguna gracia especial para sentirse reina. Es lo que pasa con la belleza humana o animal. Si se basta a sí misma no hay que añadirle nada y en el caso de Linda se notaba que había nacido solo para ser admirada y lo sabía, pero tenía una cualidad que no he visto que posea perro de ninguna raza. Linda sabía sonreír. A Linda le bastaba con subirse al sofá, mirar alrededor a través de su flequillo y reclamar solo un poco de admiración. Era educada, no molestaba a nadie, nunca protestaba por nada y si recibía un elogio desmesurado, sonreía”.

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